A la hora de cuestionar el uso de un determinado vocablo la Palma de Oro se la lleva el término “nación”.
Para la mayoría, en el uso de su raciocinio y objetividad, no hay dudas a la hora de discernir lo que es una nación, frente a lo que no lo es y no lo ha sido nunca. Pero es preocupante que, para algunos, pasemos del “a veces veo muertos” de la famosa película “El sexto sentido”, a la adulterada percepción extrasensorial del “cuento ocho naciones”. No ahondaré más en este tema tan evidente, dejando solo muestras de lo preocupante que puede ser tamaña distorsión de la realidad, viniendo de personas con influencia, relevancia y representación pública. Mi consejo, atendiendo al caso presente en la mente de todos, no es otro que recomendar otro enfoque cinematográfico, tipo “Grease” o “Dirty dancing”, alejado de la ficción visionaria y muy propio para bailongos.
El cuerpo central de mi escrito lo voy a utilizar para la crítica en el uso de otra palabra también muy frecuentada. Me estoy refiriendo al concepto de “conflicto”, entendiendo que su uso actual en los dimes y diretes políticos supone una salida de contexto y adulteración interesada. Algo con sentido si se pretende demostrar complicidad con el enfoque victimista de aquellos a los que hay que contentar y lamer las heridas.
Por lo visto, ya no vale solo con ceder y conceder todo lo que el amo separatista requiera y necesite. También conviene adecuar el uso de la terminología, como muestra evidente del humillante sometimiento, asimilando como propios los criterios lingüísticos de quienes dominan la negociación. Parece que da todo igual, sin escrúpulos de ningún tipo ni remordimientos, cuando el fin es el logro de una Presidencia y un Gobierno al que no le importan los costes de la ansiada y limosnera investidura.
En un momento como el presente, en el que no somos conscientes de los verdaderos tejemanejes que se yerguen en la amistosa mesa de negociación, estando a un lado los hábiles manipuladores y tergiversadores del separatismo y, al otro, un grupo de ineptos con permiso para matar (a España) a cambio de una pensión vitalicia, demuestra la existencia de una balanza negociadora netamente desequilibrada.
La posibilidad de que mi país esté en manos de los que quieren romperlo me tensiona, reiterando mi invitación al verdadero socialismo español para que imponga su lógica, enfrentándose al sanchismo y dejando claro que las reglas de juego básicas no deben permitir la intromisión separatista en el devenir de una nación verdadera como la nuestra. Ellos, los que representan al verdadero socialismo español, dada la situación, serán en gran parte responsables por conniventes y aceptadores del órdago sanchista. Si han de revolucionar el partido y decir ¡Basta! no van a tener mejor momento, ni más justificado, que ahora. Deben evitar que el ególatra Sánchez ponga al PSOE a los pies del comunismo y del separatismo violento.
Permitir el uso del término conflicto, al hablar de lo que está pasando en Cataluña, es un gol en contra y una prebenda para el enemigo insurrecto. El separatismo ha optado por una conducta ilegal con visos fascistas y notoria violencia, enfrentada a la razón, al sentido común, a la actitud cabal y al comportamiento leal a nuestro marco jurídico. Nosotros, los que sufrimos la violencia separatista, no hemos entrado en oposición o cuestionado la legalidad vigente, ni hemos reconfigurado por ordeno y mando las normas de convivencia comunes, por tanto, el susodicho conflicto no afecta a dos partes sino a una. Es más, para qué engañarnos, realmente es solo suyo y de tipo mental o psicológico.
Por tanto, me niego a aceptar el término conflicto como una alusión válida para lo que pasa. Lo que aquí tenemos es una imposición lazi que hace de su capa un sayo, corta el bacalao a su gusto y disfrute, se toma lo público como propio, ningunea a la mayoría social, sigue abusando de la paciencia de los que no hemos enfermado con su detritus mental y, como no hay mando superior que les ponga las pilas y ordene sus mentes, sigue en su mareante y recurrente vicio de tocar lo que no suena a los que sufrimos de sus febriles tendencias corta infraestructuras viarias.
Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans