No sorprendo a nadie si digo que la reciente investidura me merece la máxima repulsa, al alcanzarse con el apoyo de todos los interesados en disponer de un Gobierno marioneta con el que jugar.

Que la nación esté supeditada a los designios de los que han logrado ser casta, aliados a los que se saltaron la ley llevando al límite su paranoica desconexión, sin olvidar la complicidad de los herederos del terror que hubiesen llegado a votar favorablemente en caso necesario, supone un varapalo para los constitucionalistas que no dejaremos de pensar que la soberanía nacional reside en el pueblo español y que España es la única nación.

La mayoría capitaneada por el noqueado PSOE, tras asumir como propio el criterio del PSC, vaticina un periodo convulso que puede darnos muchos momentos de rubor y rabia. Llegará, más pronto que tarde, ese fatídico momento en el que se hable de indulto y perdón, como también se nos humillará con la convocatoria de una consulta pactada que ponga la soberanía nacional en entredicho.

Esperemos, con pocas garantías, que esas cesiones sean otras mentiras presidenciales, confiando poquito en que hayan aprendido algo tras la herencia no olvidada de Zapatero y su claudicación ante el Parlament. Lo que podemos tener claro es que, tras el lindo gatito del pasado, ahora nos enfrentamos a una auténtica fiera carente de principios y con demasiada ansia de poder y ego.

Dar pábulo a las pretensiones del socialismo catalán y sus amigos separatistas, con una consulta que nunca podrá calificarse de referéndum, nos aboca a un escenario de máximo peligro del que no sabemos su repercusión, aunque podemos hacernos una idea si tenemos en cuenta lo que supuso la pantomima del 1 de octubre. Prefiero no pensar en la punta que se le sacaría a unos resultados auspiciados por el Gobierno, siendo éste el responsable de defender los intereses de España y de todos los españoles.

Será la propia acción de este Gobierno, esposado y con la llave en poder del fanatismo separatista, la que nos deparará innumerables momentos que den sentido a salir a la calle en defensa del marco constitucional. Durante esta legislatura es nuestra obligación estar muy pendientes de las decisiones que se adopten, a la vez que realizamos terapia social y docencia.

Las mayorías parlamentarias nos pueden gustar o no, pero son mayorías por la suma de diputados electos. No podemos ser defensores de la Constitución y luego jugar al despiste según interese. Hemos de asumir las reglas del juego y aceptar la victoria del “amic Santxès”, aunque sea por ese irrisorio 167 a 165 que duele, molesta, fastidia y humilla, pero es legal. No olvidemos que, para una reforma constitucional hace falta el apoyo de 3/5 partes del Parlamento y la investidura la han logrado por los pelos. Por tanto, el colchón de los verdaderamente defensores de la Constitución y de España es suficiente para que las ideas surrealistas se queden en eso.

Hemos de hacer hincapié en la inmoralidad que supone alcanzar la Presidencia usando la mentira y la contradicción. Atraer con malas artes toda esa calaña, que a mi entender no debería tener voz en el Parlamento, demuestra la poca talla de quien quiere gobernarnos. Me sirve lo anterior para recordar la idoneidad de eliminar del panel de juego a esas minorías lesivas para España, algo que sería factible de imponerse un techo mínimo para lograr representación. Realmente tendría su gracia que la unidad de acción nacional fuese la única esperanza del separatismo para acceder al Parlamento.

Me he esperado a que pasase este primer fin de semana y las convocatorias del día 12 para plantear que, en adelante, deberíamos apostar por convocar con dos fundamentos: el primero, lograr el máximo consenso que arrope a una mayoría social que evidencie en la calle que hay mucha gente en contra de este Gobierno, alineando las posturas de los diferentes partidos políticos y del asociacionismo constitucionalista. Y, en segundo lugar, justificar las convocatorias a tenor de la acción de gobierno que nos depara una legislatura que esperemos pase rápido y sin romper demasiado, quejándonos por las decisiones adoptadas que afecten a España y todo lo que la represente.

Electoralmente han ganado, es evidente. Han sumado, cierto. Forman Gobierno, así es. Pero nos van a tener siempre al acecho porque con España no se juega. Nuestra nación está por encima de toda esta farsa y multitud de gobernantes interesados que, para empezar, ya ni cabrán en la mesa de reuniones del Consejo de Ministros.

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans