Puigdemont sigue haciendo lo que puede para mantener su circo abierto.

Tras saltar a la fama haciendo de Houdini, mostrándose un especialista consumado en el arte de las desapariciones y apariciones a muchos kilómetros de distancia, hemos soportado su largo periodo de clown, en el formato estándar de típico payaso con pelos alborotados.

Disfrutando de decorado y atrezo pagado por todos, payasada tras gilipollez, su telenovela cómica ha seguido en la parrilla de emisión, acumulando demasiadas entregas en su carpa palaciega de Waterloo.

Desde nuestro país, conscientes de lo penoso de la obra, la mediocridad del espectáculo y el ridículo de la comparsa que le acompaña, se ha pretendido suspender la patochada y evitar el foco de atención que sus puestas en escena suponen para la contaminación de muchas mentes, pero los amigos europeos no han aparentado estar suficientemente por la labor, generando la sensación de que los belgas no han sido fiables y consecuentes con los dictámenes soberanos de España.

Las galas no han sido en exclusiva cerca de Bruselas, también se han prodigado escapadas de la comitiva circense para montar su show en otros países socios europeos. A bote pronto recuerdo incursiones en Dinamarca y Alemania, cómplices de que su comedia trascienda más allá de su entoldado fijo. Con ese comportamiento servil se nos ha incitado a pensar que, tanto daneses como alemanes, tampoco son del todo comprensivos con el afán español para evitar la vergüenza de tan desagradable troupe.

Pero ahora, en un nuevo enfoque del espectáculo, parece que comienzan los bolos en formato salidas a escena como vedettes, siendo la primera incursión en dicha temática a pocos kilómetros de la frontera española, en Perpiñán, territorio soberano francés del departamento de los Pirineos Orientales.

Esa pantomima del pasado fin de semana ha evidenciado que son los que son y, desde luego, muchos menos de los que dicen que congregan. Pero también nos deja la constancia desagradable de que, a pesar de los riesgos que corre Europa, se permite campar a sus anchas al fanatismo separatista, sin tener en cuenta las decisiones que emanan de un país soberano y socio, como es España.

Quizás, de seguir en esa senda, convenga revisar expectativas, a tenor de la poca fiabilidad y compañerismo que se vislumbra de comportamientos de Estados que se suponen asociados.

Por encontrar algo favorable de lo vivido el fin de semana, acostumbrado a la pauta del separatismo y su costumbre de hacer bulto a costa de bocata y refresco, muestro mi agradecimiento a los convocantes del show por brindar la posibilidad de descanso a muchos trabajadores empleados de geriátricos en nuestra comunidad, especialmente los cercanos a la frontera francesa.

Seguro que no han desaprovechado la oportunidad para llenar aforo con el traslado masivo de ancianos para que disfruten de la excursión a la que fuese capital del Reino de Mallorca y, con el vaciado de las instalaciones, tener la oportunidad de un fin de semana para una limpieza general del centro o, en el mejor de los casos, para disfrute general de toda la plantilla.

Javier Megino – Vicepresidente de Espanya i Catalans