En la vida hay momentos que obligan a dejar atrás los temores y hasta aquellas alegrías sentidas en ese estado de ánimo eufórico que de vez en cuando nos embarga y nos aligera la edad. Ahí estamos y por eso nos toca ya recuperar todos los resortes que nuestra capacidad de meditación nos permita y marcar una meta a conseguir, que no es otra que encontrar la senda directa a la verdad.
Nunca como ahora es necesario contar con la realidad, con los hechos ocurridos tal cual, sin modificaciones, por muy duros que sean y hasta dolorosos. Si contamos con esa información, visual, sonora o escrita, se podrán emitir juicios y rectificaciones sobre lo acontecido después de una exhaustiva reflexión.
El Congreso de los diputados, la cámara deliberante con un único interés, el de todos, se ha convertido en un lugar de litigio para defender intereses particulares, limitados en su alcance por no responder a las necesidades de la sociedad en su conjunto. Las preguntas expresadas en los plenos por parte de la oposición, no merecen la respuesta directa del señor Pedro Sánchez ni de algunos de sus ministros; el presidente sólo contesta lo que le han redactado sus escribanos que no es más que una soflama propagandística. No hay debates, el monólogo sordo es transversal, fuera de contexto, cargado de tópicos doctrinarios e insultos al contrario. Un lugar en el que se dispensan con mucha alegría títulos peyorativos de “extrema derecha”. La imagen que se proyecta es de enorme pobreza intelectual. Diputados que rompen con la gramática, no conocen la geografía ni la historia son incapaces de argumentar con nivel académico las verdaderas necesidades de la Nación.
Hay partidos o grupúsculos políticos que rompen continuamente el interés común al que están obligados por ser la Cámara Baja la expresión nacional. Ahí no cuenta el lugar de nacimiento de los diputados, cada uno es representante de la totalidad de los españoles, de sus preocupaciones, necesidades e incluso del deterioro económico, demográfico que pueda tener una zona en concreto de España, pues esa parte también es suya por muy alejada que esté del municipio en el que haya nacido o viva y si se deben buscar propuestas de mejora desde el ámbito estatal por implicar también el bienestar de todos, urge buscar soluciones. Los nacionalismos catalán y vasco han hecho proliferar una dañina simiente en toda la geografía, les prima más el terruño aislado del entorno que sentirse partícipes de una entidad histórica que se remonta a siglos atrás y que ha sido generada por todos sin distinción de espacios geográficos ni peculiaridades de toda índole, aunque sean lingüísticas, pues todos dejaron nacer una lengua común, crisol de las demás, el español.
El Senado en su hemiciclo debería responder a la necesidad de expresar lo que de precario hay en las autonomías, por cierto mal utilizado ya que se limita a releer lo tratado en su homólogo, el Congreso. El problema se agudiza cuando los partidarios del concepto identitario han llegado a plantear la necesidad de debatir en las diversas lenguas autonómicas y utilizar traductores. Sorprende que una sociedad que comparte un instrumento de entendimiento común desde muchos siglos, pueda ahora dejarse arrastrar por populistas, demagogos, manipuladores de la realidad y acepte poner barreras lingüísticas entre los españoles. Todas nuestras lenguas son compatibles con la que hemos elaborado como instrumento de común entendimiento. Cuando los límites se rompen con los nuevas tecnologías, son unos iluminados o mejor dicho unos mercaderes, los que trafican con la historia, con las libertades, con la memoria de muchos de aquellos que colocaron su pieza del puzle para conseguir entre todos una sociedad más desarrollada, más capaz de pensar por sí misma, más entregada a la convivencia y poder gozar de cotas de libertad dentro del marco legal, aprobado al unísono por los ciudadanos y los representantes de la soberanía popular.
Estas libertades no son fruto de un único momento histórico , ni de unos cuantos individuos, es el balance de una labor constante, con sus altibajos, pero continuada en la búsqueda de la paz social y de la seguridad individual. El absolutismo vigente en España, fue eliminado hace ya dos largos siglos por un proceso de cambio que sentó las bases para lograr un muy importante giro social capaz de avanzar a pesar de la infinidad de obstáculos que salieron a su paso. El tránsito tiene dos pilares la primera Constitución liberal de 1812 y la democrática de 1978.
Sería un gran error dejarnos arrastrar por las soflamas de los que desean desestabilizar las instituciones y acaudillar el nacimiento de supuestas naciones forjadas sobre los escombros de la desaparición del férreo sistema político del Antiguo Régimen. Viven inmersos en un sectarismo indescriptible, en un pasado en el que la marca nobiliaria, el estatus social, la raza, la identidad, la clase o el apellido marcaban el rango social. Adaptan el discurso a los reclamos que interesan en cada momento, pero eran y son meros ropajes para ocultar el sentido de superioridad que les domina. Ellos son los mejores, los elegidos, los únicos que tienen derecho a escolarizarse y a recibir la información oficial en su “ lengua propia “, también a tener un puesto destacado institucional. Los demás son los maquetos, los charnegos, los que merecen el calificativo de hienas salvajes.
Y lo más dramático es que el Gobierno actual está apoyado por estos intelectuales del delirio y los tiene como preferentes en los pactos, concesiones que ponen en el patíbulo la democracia. La igualdad de todos los ciudadanos en deberes y derechos, saltará por los aires. Sólo nos quedará bajo las alas de Morfeo soñar en lo que fuimos, eso si los enemigos de la libertad – el comunismo y el nacionalismo – nos dejan acercarnos a un pasado añorado.
Ana María Torrijos