Una gran labor la desempeñada por Juan Carlos, no exenta de enormes dificultades y también muchísimos riesgos, pero llena de valores, sin los cuales nada se hubiera logrado.

El Rey padre trajo la democracia a España. Trajo la reconciliación y la consolidación de la paz . Trajo el perdón entre los contendientes. Trajo el compromiso para no cometer jamás los errores tan graves del pasado. Trajo la garantía de la seguridad para todos los españoles, indispensable para la construcción peldaño a peldaño de la España moderna, Trajo la apertura de nuestra nación a Europa y al mundo. Trajo el reconocimiento de las democracias occidentales a la nueva democracia española, sellado con la garantía de quien voluntariamente quiso traer el compromiso de la libertad para el conjunto de la sociedad. Trajo el cambio de rumbo y de época abierto a la elección y la responsabilidad de todos. Trajo el seguimiento permanente para el logro de este reto sin igual. Trajo la protección de esta decidida apuesta ante un golpe de Estado y la consolidación con paso firme de la democracia hasta nuestros días. Trajo el progreso afianzado durante casi cuarenta años al conjunto de España, y el apogeo único de nuestra nación.

Nos trajo a todos el tesoro de un legado admirable y único con la obligación de protegerlo en bien de las personas de las presentes y futuras generaciones. Nos trajo la ilusión bien fundada de poder vivir en estos cuarenta años ejerciendo nuestros derechos ciudadanos conforme a nuestra Constitución, al Estado de derecho y el respeto a la ley. Nos trajo el ejemplo al respeto a todas las posiciones e ideologías. Nos trajo el entendimiento y la solidaridad entre unos y otros. Nos trajo el impulso permanente de una labor excepcional llena de sinsabores y soledad las más de las veces, pero de plena convicción diaria para favorecer a todos los españoles.

Tuvo la ayuda de personas que creyeron a pies juntillas en su mandato y en su excepcional misión, que de procedencias distintas quisieron solo sumar sus esfuerzos en bien de su patria. Supo coordinar a todas en una labor de delicada factura y llamar a cualquiera que desde ópticas diversas pudieran dar respuesta a un cometido sin igual. Quiso siempre sumar y no dividir anteponiendo siempre el bien de España.

En resumen, una labor magna no exenta de enormes dificultades y también muchísimos riesgos, pero llena de valores, sin los cuales nada se hubiera logrado.

Un Rey para agradecer y recordar permanentemente y que en nada empaña cualquier debilidad humana – nadie estamos libre de pecado para ser jueces, y encima sin autoridad alguna para ello – , en cualquier caso ya pagada y sufrida con creces, injusta hasta el escarnio, en vida.

El nada ejemplar comportamiento de un gobierno en ejercicio, en contra de quien ya no lo está, atribuyendo calumnias, silencios o no silencios siempre cómplices a sentencias inexistentes y desprecios, cuando no insultos, nada edificantes, con excusas ofensivas sin el más mínimo respeto a la presunción de inocencia de cualquier español, y con el objetivo de socavar el sistema que nos hemos dado todos los españoles, supone la sublimación de la más deleznable hipocresía y mínima falta de ética.

Todo ello solo engrandece aunque no lo requiera, la figura egregia de un Rey que sin poder defenderse, eleva su dignidad en una distancia infinita jamás alcanzable por quien preside el Gobierno, y perdonándole, además así, tanto desprecio e

ignominia. Trajo el Rey padre, incluso, la libertad para su desconsideración, y trajo el Rey la democracia, para que gracias a ello, incluso este Gobierno que le vilipendia pueda existir, aún a costa de saltarse como nadie hizo jamás, todas las normas básicas de una democracia europea.

El Rey padre nunca debió dejar España. Quien ha entregado todo a su patria de forma excepcional y que reconoce ya la historia universal con letras de oro, no merecería jamás el ominoso comportamiento de un gobierno que es el adalid de la inmoralidad y de las peores prácticas. El adalid del peor ejemplo jamás visto, y el adalid de lo jamás conocido en una democracia en Europa.

El legado del Rey Don Juan Carlos es de tal magnitud excepcional que representa un enorme caudal de oportunidades para perseverar en la democracia que nos ha dejado y ello es un enorme tesoro que hemos de proteger a diario pues como bien se está demostrando en el mundo, una herencia de tal importancia hay que cuidarla muy delicadamente, ante los peligros que permanentemente la acechan para acabar con la libertad y también con la de los españoles.

El legado único del Rey padre supone el firme camino que supo construir solo pensando en el supremo bien de todos los españoles, tanto de las presentes como de las futuras generaciones. De bien nacidos es ser agradecidos y yo añadiría, de bien nacidos es el respeto, y mayor aprecio, junto al permanente agradecimiento, a quien quiso devolver la libertad a los españoles, y quiso trabajar permanentemente, durante cuarenta años, por la reconciliación, por la paz, por la democracia, y por el bienestar para todos, jamás conocido en España.

Amalio de Marichalar

Artículo publicado en “La Razón” y en “lacritica.eu”