Las circunstancias que nos rodean crean confusión. El ciudadano normal, ante todo lo que está pasando, puede entrar en una espiral de desasosiego que irá creciendo conforme se acerquen fechas como las Navidades y vea que la cosa sigue igual, o peor, sin evidenciarse mejoras claras que certifiquen la existencia de una luz al final del túnel.

La dinámica del día a día, que para muchos supone un retroceso brutal en su calidad y condiciones de vida, impide centrarse en aspectos que, como el que no quiere la cosa, nos cuelan por la retaguardia sin que seamos conscientes de lo que están haciendo. Y, por desgracia, podemos dar por descontado que todo lo que no sabemos es más insultante y preocupante que lo que se hace con buena iluminación y los taquígrafos en marcha.

Con esto de la vacuna se crea una preocupación inquietante entre el común de los mortales al ver que hayamos sido capaces de avanzar tanto en tan poco tiempo. Sabemos que las soluciones tienen un procedimiento y una rutina que debe cumplirse, con sus plazos temporales teóricos y pruebas de campo, razón por la que se suscitan muchas dudas cuando aparenta que, en unos pocos meses, dispondremos de un sinfín de soluciones para zanjar el problema del maldito virus.

Esta carrera por disponer de una inyectable solución, con temperaturas antárticas o no para la conservación de la misma, pone a muchos los pelos de punta. Más todavía cuando se vislumbra el sentido comercial y de maximización de beneficios que mueve los intereses de las grandes empresas del sector. Esa es la conclusión directa que podemos sacar si atendemos a los mensajes cruzados y la rivalidad, al comunicar los porcentajes de efectividad que notifican los diferentes laboratorios, con el único fin de aparentar que ellos disponen de la gran panacea.

Cuando el negocio está encima de la mesa, con los precios jugando un papel secundario al no cuestionarse costes y siendo una necesidad con alcance universal, cualquier gurú empresarial sabe que el sector en el que se cuecen las habas es, hoy por hoy, el médico y farmacéutico. Como en todo siempre hay quien pierde y se arruina, pero también está presente el enfoque antagónico.

No deja de sorprenderme que muchas enfermedades requieran de tanto tiempo para avanzar, mientras que, para este tema del Covid-19, empecemos con la sensación del codazo competitivo para lograr la posición debajo del aro y coger el mejor rebote en formato contratos multimillonarios.

Sin duda me alegro de que la celeridad se haya impuesto y los avances aparenten ser eficientes. Pero, como supongo pensamos muchos, no seré yo ni mi familia de los primeros en pasar por el trago de la inyección. Al menos quiero ver antes, en una recreación del baño de Manuel Fraga en Palomares, si los efectos secundarios son, como dicen, mínimos y no hay afectaciones en paralelo que solventen un mal para generar otro. Todos deseamos una cura definitiva y válida, pero todos necesitamos claridad antes de arriesgar a los nuestros. En temas de índole médica los protocolos son serios y, en esto de la vacuna, puede parecer que se ha corrido demasiado. Nada mejor que una prueba certificadora de todas las vacunas en cuerpos como los de nuestros gobernantes de pacotilla, aviador y marqués los primeros, con el agravante que puede suponer la existencia de efectos secundarios en ciertas capacidades que, ya sin vacuna, nos han demostrado que van justitos.

Me sorprende lo que aman la vida los señores de este Gobierno, que se plantean algo tan poco justificable como la obligatoriedad de que nos inyecten algo que ellos han decidido en nuestro cuerpo, cuando tienen un comportamiento tan dispar con otros enfoques relacionados con la vida, como es el aborto o su ansiada eutanasia. Pero, mientras estamos todos pendientes de que esto pase y se solvente, porque es un tema que está en la máxima escala al afectar a la salud personal y la de los nuestros, todo lo demás parece pasar desapercibido. Es mi obligación recordar al lector que, mientras estamos pensando si la vacuna que llegará a nuestros ambulatorios es de las ultracongeladas o no, los gobernantes de risa que tenemos siguen cediendo y vendiendo la nación que hemos heredado y debemos conservar para nuestros descendientes.

En este sentido, el apoyo del camarada Arnaldo al social-comunismo que hoy gobierna España no puede quedar en saco roto. Nadie debe olvidar lo que representa este señor, tampoco debe blanquearse la dedicación de sus amigos, ni es merecido que olvidemos a todos aquellos que se han quedado por el camino por sus actos de fanatismo terrorífico. Son muchas las memorias de militantes y dirigentes socialistas a los que ha insultado el actual presidente aceptando el apoyo de los que fueron sus verdugos. Esperemos que pague la factura electoral que se merece y cuanto antes mejor.

Javier Megino – Presidente de Cataluña Suma Por España