El implacable paso del tiempo deja en el pasado una fecha ansiada. Parece mentira que hace nada estuviéramos valorando la conveniencia de la cita electoral del pasado domingo, con esos debates acerca de las posibilidades que tenía una prórroga por la pandemia. Un tira y afloja que, no nos engañemos, para los políticos dejaba en segundo plano lo sanitario y se focaliza en términos de conveniencia, interés o estrategia, con la mira siempre puesta en pillar al enemigo electoral con el pie cambiado.
Ahora ya está. La convocatoria electoral ha pasado y cierro esta saga con la valoración personal de lo acontecido y las consecuencias derivadas de los resultados electorales. Algo que podría titularse, en este caso, como “desenlace”.
Lo más significativo es que el 14F votamos, pero, desgraciadamente, solo la mitad de los que teníamos derecho a hacerlo. Tanto es así que podemos asegurar que la victoria real en los comicios del día de los enamorados fue, con creces, del abstencionismo. Éste, con un porcentaje medio que rondó el 50%, llegó a alcanzar en algunas localidades cifras sin parangón, afectando de forma especial a municipios donde el constitucionalismo es tradicionalmente dominante. Con esos mimbres y teniendo en cuenta el sistema electoral en Cataluña, diseñado para gozo y regocijo de las ubicaciones con marcado perfil separatista, es difícil hacer frente a la embestida.
El enemigo común, que no es otro que el separatismo supremacista, dispone de todos los resortes para crear un clima favorable en el que la movilización esté asegurada. La incitación en la escuela desde parvulario para convertir a los chavales en fanáticos del separatismo, así como el uso intensivo e interesado de la “corporació de mitjans audiovisuals” para acabar de rematar la faena, han ido dando frutos a la par que avanza el reloj biológico y, con ello, el paulatino cambio generacional. Tanto es así que, con los resultados alcanzados, se frotan las manos creyéndose sus propias falsedades, precipitando algo que podría pasar y que estamos obligados a revertir, como es cuestionar la realidad social actual de Cataluña. Una comunidad que, todavía, saben que no es afín a los designios y paranoias del separatismo. A pesar de las apariencias y del conteo de votos, se certifica la existencia de una Cataluña marcadamente fiel al constitucionalismo, al no sumar más del 30% del censo electoral los votantes en favor de la ruptura… ¿no era el 80% de la población la que apoyaba el butifarrendum?
Manejar las mentes abducidas y creyentes de esos falsos dioses, a los que reclaman libertad en tanto en cuanto disfrutan de permisos inalcanzables para reos con penas similares, permite que vayamos de cabeza hacia el muro. Y lo hacen con esa risa convencida e iluminada por la estrella que ensucia la bandera de la Corona de Aragón. Han sido tantos años acumulados de generación de odio y de intrusismo en las mentes que, cuando toca, son capaces de movilizar e incitar a los suyos sin que falte ni el apuntador, ya sea para votar o para juntarse y hacer el indio.
En términos electorales el pescado está vendido y parece que, muy a nuestro pesar, estamos en manos de los que seguirán atornillando a la sociedad que se declara defensora de la españolidad incuestionable de nuestra comunidad autónoma. Llegados a este punto y con el escaso margen disponible para que se imponga la cordura, las cábalas para formar un gobierno rebelde y los matrimonios de conveniencia que tengan lugar, con un más que probable arrebato separatista, es necesario que lo vayamos asumiendo. Como ya ha sucedido pondremos las cosas en su sitio con la legalidad por bandera. No dejemos de pensar que todo esto no es un éxito suyo, realmente es un fracaso nuestro.
Los efectos que ha generado en el mapa político la victoria del abstencionismo han sepultado toda opción de disponer de un Gobierno autonómico para todos los catalanes. Los partidos constitucionalistas, en este contexto singular de pandemia, no parece que hayan acertado en su estrategia a la hora de movilizar y persuadir el voto. Y, como representante de las entidades sociales, también considero que hemos errado, sin incidir de forma merecida y convencida en la necesidad de ir a votar. Seguro que podíamos hacerlo mejor, aunque confieso que no es fácil para una entidad transversal en lo ideológico que solo pretende y busca defender la España constitucional en Cataluña, sin favoritismos. Para nosotros lo que interesa es que el votante ejercite su derecho, sin enfocar el voto de nuestros seguidores hacia una opción u otra, demostrando neutralidad y transversalidad dentro de los márgenes que establece la Constitución de 1978.
Costará asimilar que se dejó pasar una oportunidad real para librarse de este régimen totalitario y dominante que aplasta los derechos de tantos catalanes. Lo hemos tenido cerca, pero, a pesar de nuestras ilusiones, nos tocará seguir viviendo en este símil de dictadura que contenta a la minoría que sabe optimizar su movilización. Es el mérito de estar convencidos y presentes allí donde el aparato separatista les convoque, ya sea en la Universidad, la Cámara de Comercio o donde sea menester. Ellos no faltan a ninguna cita.
La combinación de factores resultante del 14F es, aparentemente, tremenda. Por un lado, casi un millón menos de votos del partido ganador en los anteriores comicios, penalizado por sus vaivenes y su arribismo con los que están desangrando el país, junto a la falta de valentía al ser el partido más votado en las anteriores autonómicas y no apostar por presentarse a una investidura que la histórica victoria obligaba.
Por otro, la falta de tracción ante el previsible descalabro naranja por parte de los populares. Desgraciadamente no supieron sacar tajada del empuje electoral que supuso atraer a sus filas a la que fuese candidata ciudadana, demostrando que tener a Messi no garantiza ninguna liga sin equipo. En su caso el enfoque hacia el catalanismo, con toda la competencia en ese rango, era arriesgado, máxime si estaba en juego la posición de dominio y ser el partido referente de la defensa contundente y creíble de la españolidad de nuestra tierra.
En este sentido sólo la irrupción de VOX, como catalizador del voto crítico ante la situación y necesitado de savia nueva, ha cumplido sus expectativas. Así como la engañosa idea, a tenor del trasvase de votos entre partidos, que supone el haber asociado utilidad del voto con el apoyo en favor del que ha demostrado tantas carencias como gestor en la pandemia y se postula como defensor, sin complejos, de la “nació” catalana. Estos dos resultados favorables han podido atenuar la percepción catastrofista que deja en el ambiente la pasada cita electoral. Aunque no olvidemos que, para el último de los partidos aludidos la fiabilidad es limitada y seríamos excesivamente ingenuos si pensáramos en que es del todo fiel. Sabemos que, en esto de las negociaciones y los pactos, el PSC y su compromiso con la causa es inseguro y plenamente condicionado a las circunstancias y los réditos u oportunidades, con clara prioridad hacia los intereses partidistas. Lo de poner una bandera de España en sus ruedas de prensa tiene los días contados.
A pesar de los reparos que pudiese generar el posible contagio, lo cómodo que se está en el sofá viendo la tele o los momentos de ocio que puede llevar aparejado un lluvioso y poco plácido domingo de febrero, es difícil digerir el pasotismo o indiferencia a la hora de votar, cuando hablamos de un futuro incierto en juego. Son demasiados los riesgos que lleva consigo permitir que los fanáticos del separatismo sigan controlando el sistema, por lo que me es imposible justificar la falta de presencia en el colegio electoral el domingo pasado. Era necesaria la participación y el empuje de todos. Ahora toca lamer las heridas.
Moralmente el constitucionalismo ha podido salir tocado del pasado 14F, si atendemos a los resultados y escaños. La lección se ha aprendido. Las entidades sabemos que debemos reaccionar y buscar el empuje que se espera de nosotros. Y conviene que los políticos exploren la idea que ya pusimos encima de la mesa y he ido desgranando en capítulos anteriores, sumando personas y partidos que puedan contribuir en el logro de una necesaria mayoría. La experiencia de ir por separado ha sido suficientemente didáctica y es el momento de analizar la credibilidad de opciones acumulativas e integradoras. Desconocemos las expectativas reales que puede tener una suma política en el seno del perímetro constitucional, con transversalidad y verdadera solvencia como alternativa y solución. Olvidémonos de las siglas y pensemos en el denominador común y en lo que nos une, en España.
En una tesitura y un clima enrarecido como el que nos encontramos vamos a permitir que el separatismo, a todas luces minoritario y con un apoyo real que no alcanza el tercio del censo, cope los ámbitos de poder y mantenga el rodillo que aplasta sin tabúes los derechos que, constitucionalmente, nos corresponden como ciudadanos españoles que somos.
Definamos posibilidades y opciones para solventar este problema. Esto no puede volvernos a pasar. Entre tanto, como decía en estas últimas entregas, conviene que nos agarremos bien, puesto que se vislumbran curvas en el horizonte. Aun así, no os confundáis, ni son los que aparentan ni nosotros nos vamos a dejar amedrentar por los que sabemos, a ciencia cierta, que no quieren lo mejor para nuestra tierra.
Desde el pasado 15F ha comenzado a girar el contador para darle la vuelta a esta desagradable y frustrante situación. Entre todos lo lograremos.
Javier Megino – Presidente de Cataluña Suma por España