Fueron muchas las ilusiones cuando, a mediados de la primera década de este siglo, se empezó a cuajar la idea de lo que a la postre fue Ciudadanos.

El argumento de su creación, sobre la base de una plataforma cívica precursora del proyecto político, era evidente y necesario. Tanto que, con el paso de los años, demostró su capacidad de ganar en unas autonómicas con la nada despreciable y muy simbólica contribución de más de un millón de votantes catalanes.

Dicha oferta, creada en 2006 y que tuvo su bautismo electoral en las municipales de 2007, era muy sugerente y atractiva. La oportunidad era única al brindar una alternativa convincente y clara para compensar la deriva del PSC, definitivamente alineado con las tesis nacionalistas. Nada nuevo sabiendo que, en su ideario base, admiten y defienden el catalanismo y la existencia de la “nació catalana”.

Con dichos mimbres, conociendo los riesgos asumidos por el partido “asociado” al PSOE, ese reto difícil se convertía en asumible, como se demostró. La maquinaria comunicativa, junto a una apuesta sin condicionantes que pudiese confundir o amortiguar la solvencia de su postura, presagiaba que podría alcanzarse lo que al final fue cierto, una victoria con las urnas por testigo.

En la oferta electoral catalana no era demasiado sano que un partido como el PSC, con su identificación y afinidad con el separatismo, al que otorgó o del que se benefició para definir muchísimos consistorios municipales, siguiese aprovechándose del votante que piensa en formato socialismo español y es fan de sus viejas glorias. Pero, pese a tal evidencia, la salida de un nuevo partido requería de sus tiempos y maduración. De hecho, la respuesta del electorado en esa primera candidatura del 2007 fue poco gratificante otorgando, tras el primer escrutinio con papeletas naranjas, un puñado de concejales en ubicaciones muy puntuales, quedando muy por debajo de las expectativas barajadas.

Mi afiliación, en el que hasta la fecha ha sido el único partido político al que he abonado cuota de socio, duró un tiempo relativamente corto. Para tomar la decisión de abandonar, con menos de un año de antigüedad, fue bastante didáctico el trato que recibí tras ganar las primarias de mi localidad y ser derivado como segundo candidato a otra próxima por arte de birlibirloque. La falta de respaldo de los que mandaban me demostró que no es oro todo lo que reluce y que, deseándoles el más próspero de los futuros, el tema no iba conmigo. Creo que acerté enfocando mi contribución hacia el asociacionismo constitucionalista, al que he vinculado mi esfuerzo en la defensa de nuestros valores desde 2012. El compromiso altruista, sin la tensión y la rivalidad asociada a una posible nómina o sillón remunerado, garantizan tranquilidad, así como saber que la colaboración y participación es convencida a la vez que desinteresada.

En mi opinión la deriva del partido, que actualmente está en estado crítico o cuidados paliativos, obedece a un doble error. Por un lado, pudo haber sido un fiasco ampliar el perímetro de influencia más allá del ámbito catalán, donde era el referente natural que daba cabida a una gran parte del electorado huérfano de opción centrista o de centro-izquierda constitucionalista, pudiendo llegar a plantearse como alternativa transversal y global, de perímetro amplio, que diese cobertura a todo el constitucionalismo catalán. Una visión integradora que podría ser la forma más efectiva, práctica y convincente de facilitar la victoria, dando definitivamente carpetazo a una etapa en la que la Generalitat ha estado en manos del enemigo común de todos los que de verdad queremos a Cataluña, el separatismo. Y, por otro, el vaivén en su posicionamiento que le ha llevado a ser comparado con una veleta, acabando por compartir un espacio de centro-derecha nacional cuando la carencia a la que debía hacer frente era la inexistencia de una postura constitucional en Cataluña sustitutiva del PSC.

Aquella ilusionante y tentadora solución, originariamente para los catalanes, ya está amortizada. Dejarse 30 de 36 diputados autonómicos en la reciente cita del 14F lo sentencia de forma nítida. Y, a nivel nacional, se vislumbra también un futuro poco alentador. Algo previsible para una alternativa que, si nos preguntan, ya no sabemos qué pretende, qué busca o cómo se posiciona y piensa.

Se augura la salida en estampida de los principales cargos y representantes del partido, con destino a partidos que fueron hasta hace poco rivales. La única ventaja que le veo es la concentración de un voto que, necesariamente, debe sumar para sacar a los verdaderos enemigos de España, separatistas o conniventes con ellos, de las diferentes escalas del poder institucional.

Javier Megino
Presidente de Cataluña Suma Por España