Por agotamiento, desgaste, la pandemia o lo que sea, es evidente que el separatismo mueve mucha menos gente que hace unos años. Pero, como hemos visto en el reciente 11 de septiembre, parece que no aminora el efecto nocivo y violento de sus actos. Sentir que están en horas bajas, con cifras de seguimiento muy lejanas al invento de las siete cifras, influye en el comportamiento de la minoría que no falla, acrecentando la acción vandálica y violenta de los que son el último reducto del fanatismo pendiente de entrar en razón.

Ante lo visto durante los actos del pasado sábado queda claro que separatismo y violencia siempre van de la mano. Algo que, con la experiencia acumulada durante tantos años de paranoia, sabíamos. Aun así, las didácticas imágenes que han corrido a lo largo y ancho del planeta sirven para trasladar la verdadera imagen de los que alardeaban en su momento de “las sonrisas revolucionarias”.

El vandalismo obsesivo que profesan en contra de la Jefatura de la Policía Nacional en Vía Layetana no da margen alguno a los que están al acecho para justificar o blanquear dicho comportamiento radical. Viven condicionados por la obsesión inoculada en la escuela y a través de los medios de comunicación palanganeros del régimen, sin que haya posibilidad alguna a otras versiones.

Su comportamiento incívico y violento, en esa obsesión difícil de sanar por tanto engaño y mentiras, nos lleva a una espiral vergonzante de guerra callejera que ahoga el futuro de una próspera y moderna ciudad como fue Barcelona. Ellos están acabando con su propio futuro, ahuyentando empresas, alejando inversión y sumiendo a nuestra comunidad en un ridículo vagón de cola cuando siempre hemos sentido el privilegio de ser una locomotora de máxima eficiencia.

Pero, al margen de lo que ellos hacen y se les deja hacer, se puede sentir todavía más desazón al ver el comportamiento de los gobernantes que deberían frenar tanta irracionalidad y abuso. Perdida la fe en los gobernantes de aquí, quizás cómplices de toda esta vergüenza, sumamos el desasosiego y pérdida de esperanza que nos genera la humillante sensación de que el Gobierno de la nación admite, aplaude y acepta el abuso que tiene lugar por parte del fanatismo supremacista en contra de la Policía Nacional, sin defenderla ni ponerse de su lado.

Siento asco de este Gobierno y de sus concesiones y, por ello, deberemos demostrar, otra vez, y todas las que haga falta, el cariño que le tenemos a nuestra Policía, como desagravio ante los momentos dramáticos que tuvieron que pasar. Una situación que ha pasado rápido a segundo plano para seguir en la dinámica de las cesiones, como lleva implícita esa denigrante mesa de claudicación que hoy da comienzo en Barcelona con la presencia de los vendepatrias que nos gobiernan, en la que la prioridad será contentar a los socios separatistas que, con su apoyo parlamentario, dan tiempo al que se aferra a su estancia en Moncloa, aunque para ello deban plantearse soluciones inconstitucionales y de alto riesgo social.

Javier Megino
Presidente de Cataluña Suma por España