A nadie se le escapa, si el enfoque es objetivo en el análisis, que el Gobierno mísero de España se ha visto favorecido por las circunstancias. Es incuestionable que, de un tiempo a esta parte, nos hemos visto abocados a un ciclo convulso en el que se ha tenido que lidiar con numerosos frentes, dándose la desafortunada sincronización de vivir el peor momento y sus circunstancias, con el más deprimente e ineficaz equipo ministerial gobernando la nación española.

La avalancha de situaciones anómalas ha servido para camuflar la ineptitud y nefasta gestión del equipo liderado por Pedro Sánchez. Una plantilla amplia de favorecidos que ha demostrado estar muy por debajo del nivel y la necesidad acorde a la coyuntura. El agobio, por el mero hecho de que hayamos estado sobrepasados con tanto en que pensar, yendo de la pandemia al volcán de La Palma, del incremento constante de precios a la crisis migratoria, de la subida de impuestos abusiva al despotismo supremacista incumplidor de los fallos judiciales por parte de la Generalitat y, estos últimos días, el grave problema bélico y la crisis humanitaria que ha provocado el comunismo fanático del socio de Puigdemont, ha supuesto una potente hipnosis mareante para la opinión pública.

Entrando en la parte final de la actual legislatura muchos de los grandes problemas que han afectado a España todavía no se han acabado de solucionar. Asuntos de índole varia como puede ser, por un lado, lo relativo a la incidencia sanitaria de la pandemia, que todavía sigue presente en el día a día o, en otro sentido muy diferente, la falta de rigor y seriedad en las medidas de control fronterizo en nuestras ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Esto último convertido en la demostración empírica que pone en evidencia los complejos y las técnicas disuasorias que solo caben en mentes de cajeras de súper, arrodillando un país soberano que no puede usar todos los medios legítimos y a su alcance para evitar la entrada masiva de inmigrantes ilegales.

Pero ambos ejemplos, elegidos por lo dispar de sus enfoques, conviven con otras muchas variables que inciden en la vida común y corriente de la ciudadanía. Situaciones con alto impacto doméstico y familiar que no han afectado, sorprendentemente, a la paz social. Y no será por falta de malestar o que la crítica no sea pertinente. El silencio se debe a una tregua interesada que acalla a los incitadores, al verse éstos condicionados por las contraprestaciones y beneficios que han recibido estando en el poder los amigos con acceso directo a la saca. Es la única forma de entender que, estando como está el recibo de la luz, del gas y de los carburantes, el ruido de los de las ollas y sartenes este amortizado. Con otros gobernantes, de signo contrario, ya se habrían ocasionado barbaries callejeras y estaríamos inmersos en plena revolución de los morados manipulables. Pero, como se entiende por todos, todas y todes, no es el momento.

Es didáctico y clarificador este ejemplo para demostrar lo rastrero que puede llegar a ser el sindicalismo, capaz de seguir enfrascado en sus subvenciones y mariscadas, mientras lame gónadas separatistas, con el Megavatio a 550€, el gas a 300€ y la gasolina rozando los 2€ el litro. Muestra evidente del silencio corrompido de los que están a la espera de otros decisores para quejarse y armar la marimorena. Hoy, con las barrigas llenas, no conviene morder la mano del que te soluciona los problemas. Ya llegará el momento que justifique el calentón y favorezca a los que disponen del comodín de la paz social o, como el famoso concurso de la tele, el comodín del público.

Javier Megino
Presidente de Cataluña Suma por España