De un tiempo a esta parte estoy sacando la conclusión de que la mayor parte de las cosas que nos pasan a los catalanes, ante la imposición de los criterios separatistas y el apuñalamiento de todo sentimiento, símbolo, emblema o raíz con vínculo al resto de España, es por culpa nuestra. En concreto por la influencia y el arraigo complaciente de esa parte de la sociedad que doy en llamar avergonzada y carente de orgullo por lo suyo.
Todos hemos sido testigos, ya sea de refilón o con mucha proximidad, ya sea en el propio seno familiar o en el núcleo social en el que te mueves, como se evidencia esa necesidad que tienen algunos de mimetizarse con los que siempre han mandado, haciendo suyo ese dogma de que había que adaptarse e integrarse, aunque ello suponga minusvalorar, abandonar o, si se avanza por el camino pretendido por los manipuladores, renegar de lo que es tuyo y de tus ascendientes. En este sentido, me dejó marcado una bronca que tuve con un vecino nacido en Guadalajara que se sentía ofendido al verme defender el uso del castellano en nuestra comunidad y en plano de igualdad con el catalán, entendiendo éste que era una ofensa a su lengua y cultura: la catalana… sin comentarios.
Algunos lo hemos combatido y frenado, intercediendo en lo posible en el desarrollo y crecimiento de nuestros hijos de un modo comprensivo con la realidad global que vivimos los catalanes, con dos culturas que nos enriquecen. Nuestro objetivo ha sido facilitar la pervivencia en dicho ecosistema –cuando primaba el civismo y el respeto- de un modo consecuente con esa doble realidad cultural, aunque puede ser difícil mantener ese criterio de imparcialidad ante lo que vemos como comportamiento obsesivo y supremacista del otro lado de la balanza.
Es frecuente ver la evolución de muchos que sienten el ánimo por pasar desapercibido, entendiendo como la mejor opción la de imbuirse de forma plena en la maquinaria protectora del que controla las riendas, haciendo suyas sus arengas. Disfrazarse del modo oportuno ha servido como alternativa y refugio para mucho mediocre que, sin saber dónde agarrarse, ha visto la oportunidad circense de venderse como renegado próximo y palmero del régimen. Algo que a la postre se ha demostrado como efectivo, siendo vía de escape y acceso a recursos solo alcanzables para los que doran la píldora a los que imponen el yugo. Pensar que, con ese perfil, hoy tenemos vividores en todos los sectores, llegando incluso a ser diputados en las Cortes.
Por eso no me sorprende lo más mínimo el modo de actuar, fascista y avasallador, de los que ostentan el poder en las instituciones catalanas, amparados en una falsa mayoría social que sólo es verdadera a nivel parlamentario, permitiendo legislar y dictar normas al agrado de ese 27% de voto que, con las reglas de juego electorales de cara, controla los estamentos y dirige la sociedad catalana al son del “bon cop de falç”. Saben que al final siempre se salen con la suya, dando voz a un mínimo social que disfruta del privilegio de estar hiperrepresentado en las instituciones.
No parece muy esperanzador el enfoque pacifista de una sociedad que inculca a sus jóvenes el modus operandi violento desde pequeños. Si partimos de la base del famoso: “Caga Tió…o et donaré un cop de bastó!”, en el que se incita a que los golpes al tronco navideño sean lo más fuerte posible para lograr el mayor premio, podemos cuestionarnos ese modo de educar a los que vienen detrás, siendo los augurios no del todo halagüeños, al vincular violencia con recompensa. Tanto es así que, llegados a cierta edad, en la que se enfrentan a la realidad y a la legislación que de verdad rige sus vidas, nada les para a la hora de quemar contenedores, destrozar el asfalto de nuestras calles o no dejar en pie el mobiliario urbano, tal y como ya vivimos en Barcelona y otras ciudades catalanas tras todo lo derivado del golpe de Estado de 2017 y las consecuencias penales que, por lógica, venían implícitas.
Con la pubertad, tras el aparente inocuo Club Super3 y toda la programación de la tele del régimen como herramienta de abducción, vemos los resultados que se logran al verse complementados los efectos de la telepredicación separatista con la enseñanza direccionada que se brinda hasta llegar a la edad de voto -lo que importa verdaderamente-, inculcando por ambas vías una deformada visión de lo que es bueno y malo. Somos parte de la culpa de la existencia de esos medios de comunicación sectarios y manipuladores, además de una educación que se ha permitido que sirva de arma letal en contra del Estado -al ceder la competencia educativa a las comunidades que se creen el centro del universo-. No podemos dejar al margen algo tan sensato como es que, en casi todas las decisiones, los votantes son responsables de las políticas llevadas a cabo por los que fueron votados. Algo así como ese famoso dicho de “tenemos lo que nos merecemos”.
No debe sorprendernos que esos jóvenes, muchos de ellos con abuelos y padres que están diametralmente en contra, se hayan pasado al lado oscuro y hoy abanderen comportamientos rufianescos. Es el resultado de un trabajo silencioso y en la sombra que se ha llevado a cabo durante décadas de paz social. Un tiempo en el que hemos sido engañados por los que han recibido nuestro voto, así como por los que iban de corderitos hasta que han demostrado su verdadera cara. Pero ahora ya no hay excusa y sabemos a qué palo juegan y que pretenden los que se han “echado al monte”.
Con todos esos mimbres y la cabeza cargada de mentiras o falsedades, ya adultos se ven arropados ante una irrealidad como es la del 11 de septiembre. Una fecha en la que se ha tergiversado la historia sin escrúpulos y a conveniencia para que, lo que fue una guerra de sucesión a la Corona, se enfoque como justificante histórico de la paranoia por la secesión. Y todo ello sobre la base de un vergonzante soniquete con el grito de la hoz segando, no siendo necesario que matice lo que pretenden segar, ante una letra tan clara y evidente en la que lo que menos importa es la siega del cereal.
En el fondo sabemos que gran parte de la culpa es nuestra. Por esa conducta de muchos que han sido cómplices, al avergonzarse de sus raíces, la de sus padres o abuelos, intentando camuflarse lo antes posible en una turbulencia que, a la postre, ha supuesto sostener la estelada. Se ha caído en la trampa de que el progreso social requería sumarse a los postulados de la minoría que manda, primando el cortoplacismo y el interés personal, los beneficios personales y el rédito logrado, a costa de negar lo que uno es y los apellidos que tiene, sin pensar en la trascendencia que tiene nuestra cultura y el peso que ostentamos como españoles en el contexto mundial.
Ahora toca mirar adelante y reaccionar, tras ver los errores cometidos por dar respaldo a apuestas que se han demostrado sumisas y placenteras en un entorno catalanista, que tarde o temprano se convierte en un problema. Por eso, a título particular y dando por supuesto que también será así -a la vuelta de vacaciones- por parte de las entidades de las que formo parte, no faltaremos allí donde seamos necesarios para defender que el español es tan cooficial como lo es el catalán en Cataluña, tal y como reza nuestra Carta Magna.
La apuesta por la defensa de ese pírrico porcentaje del 25% nos parece limitada, ante la realidad social y las necesidades que tienen nuestros estudiantes para su potencial desarrollo a futuro, pero el 18 de septiembre haremos piña junto con todos aquellos que se posicionan en algo tan lógico como es la defensa de España y de lo español, como es el idioma común de todos los españoles.
Pero lo hacemos sin perder de vista el objetivo de la deseable equiparación absoluta de ambas lenguas cooficiales en nuestra comunidad, en todos los ámbitos de la administración, incluida por supuesto la educación. No nos conformamos con ese porcentaje y apostaremos por la enseñanza bilingüe plena, sin olvidar la línea docente con el español en exclusiva en todos los centros educativos y sin marginaciones ni sesgos en contra de dicha libre y constitucional elección. Nuestros jóvenes, por encima de todo, han de pensar en su futuro y su vida en este mundo interconectado y globalizado, más allá del “rovell de l´ou” en el que uno vive. Nuestra tarea y obligación es facilitarles el futuro sintiendo el orgullo de ser españoles de Cataluña y con su cultura por bandera, sin complejos.
Javier Megino
Presidente de Cataluña Suma por España