Cometer errores es humano. Hasta aquí no hay nada que objetar y todos lo entendemos como algo posible y razonable. Más, incluso, si se decide otorgándose unos conocimientos y una capacidad que no se ven correspondidos con el currículum y la experiencia.
Meter baza en ciertos temas tiene su riesgo, en caso de no tener el nivel exigido para ello. No todos los errores son iguales y no todas las decisiones tienen la misma repercusión o peligro. No es comparable un equívoco a la hora de pasar botes de conserva por el lector de códigos de barra, o no ordenar debidamente los yogures en la nevera del súper, con el problema social y personal que lleva aparejada la política de rebajas en penas a delincuentes puesta en marcha por el Gobierno.
Tras un aberrante indulto que supuso la liberación de los líderes del golpismo amarillo, por parte del macho alfa, ahora vemos a diario las consecuencias que supone el mayúsculo error de Doña Irene, mejorando las penas o liberando a agresores sexuales.
La sombra de “La Yoli” no debe servir como argumento para mantener esa chulería y afán de protagonismo, aunque entiendo que debe ser muy tenso tenerla al rebufo en plena efervescencia de la rivalidad morada. Su conducta no puede pasarnos una factura como la que vemos a diario con la contabilidad de la jornada. La señora de Iglesias debería asumir su error y dejar de lado ese enroque en favor de una ley que requiere arreglos, en lugar de buscar la culpa de los jueces por hacer su trabajo.
Equivocarse es innato y asumir un error es necesario para aprender. Esperemos que no tarde en llegar su arrepentimiento, a poder ser con cese por ineptitud, asumiendo que el cargo le queda grande y tomando conciencia de que le llegó de la mano de la meritocracia implícita a su estado civil.
Javier Megino
Presidente de Cataluña Suma por España