La precampaña electoral infinita entra en su tramo más caliente. La quincena previa a la cita con las urnas que, con la tradicional pegada de carteles, da el pistoletazo al tiempo de campaña. Un periodo que solo sirve para dar continuidad a una dinámica perenne en la que la propaganda es el centro neurálgico de toda acción de gobierno.

Entre unas citas y otras, con autonómicas, municipales, locales y nacionales siempre en el horizonte, no dejamos de estar en un contínuo afán de autobombo y de mensajes cara a la galería con el único objetivo de que, cuando toque, se tenga el voto condicionado y definido.

Tener subsidiados y controlados a la mayoría de medios de comunicación es una garantía de éxito. La población con dudas, pero consciente de la lacra y ruina a la que la izquierda y sus socios nos lleva, se puede ver seducida por el irritante bombardeo de mensajes de los que deseamos ver, tarde o temprano, en el banquillo, entendiendo este término con todas sus interpretaciones.

Hemos visto al socialismo, parasitado por el sanchismo, carente de pudor para dar. Concede sin remilgos el poder a sus aliados de la extrema izquierda o el separatismo, como sucede, por ejemplo, en la ciudad de Barcelona u otros muchos ayuntamientos catalanes. Pero tampoco hace ascos ni condiciona fidelidades cuando le toca recibir, al beneficiarse del apoyo de los que dan voz –ahora también sillones en instituciones- a terroristas, a incitadores de la violencia golpista o a afines con los antisistema y la okupación. El mejor ejemplo es el vergonzante gobierno nacional.

Para poder dar y recibir se debe tener fidelizado al electorado, con la expectativa de repetir y sumar junto al resto de partícipes de la confluencia caótica Frankenstein. Por eso es comprensible la subasta que recientemente ha puesto en marcha el macho alfa de Moncloa, con viviendas de generación espontánea, los dineros comprometidos con unos y otros colectivos, o las infinitas promesas de solución para temas que su propio gobierno enquistó o no ha atendido en tiempo y forma.

Hoy despertamos con dos noticias relevantes. Por un lado, el gravísimo problema de la okupación en Barcelona, con el foco puesto en la plaza de la Bonanova. Drama que debería clarificar el voto racional del que tenga alguna duda y quiera soluciones reales, con credibilidad y sin falsas promesas, tras la permisividad de la antidesahucios Colau y su muleta Collboni. Y, por otro, la pavonería del rey de las mentiras en su visita –con el inicio de campaña- para ver a su íntimo amigo Biden. Una visita que es un punto y seguido a otras con el mensaje de que España es importante en el contexto internacional y el sanchismo es un éxito reconocido mundialmente. Es penoso alardear de ello, pero, sobre todo, creérselo.

Para atajar lo primero, miremos las medidas de nuestros vecinos europeos. Necesitamos que se posicione la ley del lado del derecho a la propiedad privada, acabando con la okupación en 24-48 horas. Respecto a la ridiculez del viajero presidencial y su agenda propagandística, hagamos frente a tal absurdidad egocéntrica sacando del poder al sanchismo, finiquitando a la extrema izquierda e ilegalizando los partidos de etarras y golpistas.

El 28 de mayo comienza la andadura hacia un nuevo horizonte de orden y esperanza que reverdezca la ilusión de los españoles.

Javier Megino