La sorpresa que nos tenía preparada la cita del 23J está todavía siendo difícil de digerir para los que pensábamos que la sociedad española había aprendido la lección.

Tras tomar conciencia de la calaña que ha manejado los hilos durante la última legislatura, se pensó que se daría carpetazo al pasado y sus errores, cediendo el testigo a la esperanza de un prometedor futuro. Una nueva y complicada etapa, ante la necesidad de cambios y reorientaciones, que debía compensar los agravios que ha supuesto –y parece que supondrá- el paso del sanchismo y sus aliados antiEspaña por el poder.

El uso de una estrategia muy estudiada por parte del engañabobos, con una convocatoria inapropiada, el abuso de la mentira como herramienta electoralista y, usando sus medios de comunicación cómplices, provocar el cisma en el equipo contrincante, le ha llevado a la meta que, ahora, le dibuja una sonrisa. Si le sumamos la evidente sintonía con “La Yoli”, presumiendo de una unión de fuerzas sin complejos con la extrema izquierda, se dibuja un escenario que, a fecha de hoy, nos devuelve al punto de partida que todos dábamos por superado.

Se avecina un nuevo gobierno de Sánchez, en esta ocasión todavía más condicionado y supeditado a los deseos y peticiones de los que basan su acción política en el chantaje y pretenden el fin de España. Un singular personaje que, aunque suene increíble, revalidará el cargo de presidente del Gobierno de una nación que no le importa.

La antesala de la decisión acerca de la investidura la vivimos ayer en el Congreso. La candidata del PSOE, una nacionalista balear de la que se libraron en las últimas autonómicas, se ha convertido en la tercera autoridad del Estado. Esperpéntico y un auténtico peligro, conociendo el historial que le precede.

Francina Armengol, republicana e hispanófoba, es ya presidenta de las Cortes. Y, en su primera tarea relevante, tendrá que ir a visitar y despachar con el Jefe del Estado que detesta y querría ver exiliado. Un prometedor escenario de pantominas y ambigüedades.

La Mesa del Congreso y su composición también ha servido para ver la encrucijada de vergüenzas y complejos en los que nos ha metido el ruido mediático y el folklore sanchista. La pareja de baile del socialcomunismo se reparte puestos en la citada Mesa sin miramientos, mientras el tercer partido en número de votos se ha quedado sin representación. Algo que desmorona las expectativas de entendimiento entre los dos únicos partidos que, solo unidos, pueden hacer frente al entramado de intereses Frankenstein.

Algunos esperan movimientos desde la Casa Real, descartando la investidura de un presidente sumiso ante el separatismo que pretende romper España. No deben augurarse muchas esperanzas en este sentido.

El rey parece que no se jugará su cargo dando un golpe en la mesa para poner orden, arriesgando su posición por hacer frente a los antiEspaña. Una gran paradoja. Le convendría tener en cuenta que, ese hipotético golpe de timon, solo serviría para adelantar algo que, muy probablemente, pasará más adelante si no reacciona. La figura de Felipe VI se cuestionará, estando el poder en manos de republicanos, nacionalistas, golpistas y terroristas.

Debería demostrar que es el Jefe del Estado y su prioridad es defender la integridad de España, aprovechando la oportunidad para revertir la situación y dejar un buen sabor de boca a esa mayoría social que ama su país y lo considera la patria común de todos los españoles. Estamos ante un momento importante de la historia de España, tal y como dice el cagabandurrias Page. Veremos la respuesta y comportamiento de Su Majestad, hoy en el ojo del huracán.

Espero y deseo que la cobardía, el miedo o la creencia de que todo pasará, no ganen en su batalla interna. El monarca decidirá como quiere que se recuerde a la institución que encabeza y, por si no se da cuenta, está, como la propia España, en riesgo extremo.

Javier Megino