Indignante es poco. En un momento como el actual, en el que la sociedad está hipersensibilizada con los temas de acoso sexual hacia las mujeres, al señor Luis Rubiales se le ocurre meter la pata hasta el fondo. Tras el máximo orgullo y emoción que supone conseguir una estrella en el último mundial femenino en categoría absoluta, al presidente de la RFEF se le ocurre besar en la boca a una de las jugadoras.
Les aseguro que, como pensarían muchos, supuse que era su pareja, al ver la celebración que se sacó de la chistera. Luego ya me informé de que no había relación sentimental y que se había pasado de frenada poniendo por testigo a millones de televidentes. La excusa del momento de máximo subidón no le puede valer. En este sentido, no me puedo imaginar la vida y los peligros por salir a la calle en caso de ser aceptada como eximente, trasladando ese “derecho” con carácter general.
Al mandatario de la Federación, con un sueldo que triplica al de su equivalente alemán, unas sombras de nepotismo que le salpican y una trayectoria con muchos otros borrones, ya solo le faltaba esto para dejar de estar cuestionado y pasar a la necesidad social de verlo expulsado y sancionado. Ni el recuerdo de sus hijas, que suplicó ante la acosada para lavarse las manos, ni su padre, exalcalde procesado en el caso de los ERE -por supuesto del PSOE-, le van a librar de lo que le espera.
Este caballero está agotando su tiempo en el mando, por culpa suya y sus excesos. El otro chulo, el de Moncloa -como me recuerda uno al otro-, esperemos que también esté en el límite de su tiempo en la cresta de la ola. Doy por sentado que veremos caer al primero. Por vergüenza ejemplar se le aplicará un castigo que trascienda mundialmente, pero parece que el segundo deberemos soportarlo más en su rango presidencial. Le avalarán todos los parlamentarios que odian España y le están preparando su investidura salvavidas, con todo el cariño de separatistas, golpistas, terroristas y prófugos de la Justicia.
Javier Megino