A menudo pienso que vivimos en un país que deja mucho que desear e, incluso, que es objeto de algún experimento social por parte de los desconocidos que manejan los hilos del poder real que mueve el mundo. Esa es la deprimente visión que trasciende, a título personal, viendo los acontecimientos que protagonizan el día a día.

Mediatizados y utilizados por los que bombardean con sus mensajes interesados a la población, condicionando su pensamiento, nos llevamos las manos a la cabeza por un beso fuera de lugar y de contexto, por parte de una persona que debería tener claro su rol y su visibilidad institucional y que, sin duda, merece ser expulsado por su error. Se llega, incluso, a salir a la calle y llenar plazas públicas en defensa de una jugadora de fútbol por algo tan singular como el famoso “piquito”, pero se hace sin pensar que la sociedad ha estado callada y sin respuesta tras haberse mejorado las penas carcelarias de violadores y pederastas, por más de un millar, y llegando a liberar de sus celdas a un centenar largo de agresores sexuales. Todos ellos beneficiados por la metedura de pata de las que ahora claman al cielo por la agresión sexual de Rubiales.

Nos citan a urnas y la convocatoria, aunque fuese viciada e interesada, se convierte en una ilusionante expectativa con el fin de intentar poner algo de sentido común a la situación política y económica. Todo podía ir a mejor, tras ver el descalabro de nuestro producto interior bruto, la subida del coste de la vida, el deterioro de la imagen internacional de España, los fallos durante la pandemia, la dependencia del comunismo y de los separatistas para gobernar el país, la sumisión ante las demandas de los herederos de ETA en su papel de socios preferentes del sanchismo, el abuso de los recursos públicos por parte de vergonzantes y necesitados gobernantes, el ninguneo ante las infamias de los supremacistas territoriales en contra de la lengua y cultura común de todos los españoles, los impuestos abusivos para facilitar todas esas subvenciones garantistas que buscan el apoyo electoral, la evidencia absoluta de estar en manos de un ególatra narcisista obsesionado con el poder, la marginación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el perdón a unos golpistas que estuvieron a punto de provocar un desastre en las calles de Cataluña, la hermandad con el enemigo sureño, el desmontaje del unificado deporte español, el descontrol fronterizo, el chantaje constante en contra de nuestros valores y costumbres, junto con tantas otras cesiones y concesiones que igual ni sabemos, que se hace incomprensible que estemos ahora en la situación en la que estamos.

Es una apuesta segura el fiasco de la primera de las investiduras y, por el contrario, dándoles incluso más tiempo, el retorno del contubernio antiEspaña al Gobierno de la nación. Una reedición del sanchismo todavía más condicionada por los que tienen como objetivo prioritario acabar con España, con el aplauso y regocijo de los socialistas de todo el país, incluyendo al cantamañanas Page y toda su verborrea inútil y cobarde.

Paradójicamente la gobernabilidad, por una ley electoral que sí y solo sí necesita revisarse, está en manos de la decisión de un fugado de la Justicia española. Un vividor que se ha pegado años a cuerpo de rey en un palacete en Waterloo costeado por los que no tenemos ninguna culpa. La política de Estado debería pensar en el bien de la nación, omitiendo cualquier ecuación en la que tuviese relevancia tan singular personaje, los suyos o cualquiera de las minorías separatistas de diverso pelaje que soportamos en España.

Es preocupante que una parte de la población empiece a valorar, como posible solución, algo tan inquietante como es eso de esperar a que “todo pete”. A los que piensan tirar la toalla, o dejar de ir a votar como también se frecuenta en las conversaciones, les pido que no pierdan la esperanza y reflexionen. Debemos mantener la ilusión y las expectativas favorables, con el empuje de todos. España lo merece.

Javier Megino