La alusión constante de Sánchez al fango, con el ánimo de desprestigiar la política y los medios que anteponen la verdad a las perversas intenciones del que ostenta el poder, se ha materializado. Con infinita pena y desgracia se ha pasado de la palabrería barata de ese ser mísero a la cruda realidad con el barro y lodo inundando las calles.
Los efectos de la DANA en varias comunidades españolas, con especial relevancia y significación en la valenciana, nos ha dejado a todos sin palabras, asustados al tomar conciencia de que el poder político en España está en manos de una panda de psicópatas que solo buscan su interés personal.
Mientras todos éramos testigos del viaje de enamorados para hacer el indio, nunca mejor dicho, aprovechando los huecos en la agenda libres de presencia ante la Justicia, nuestro país vivía el azote de la naturaleza y se asomaba a un abismo que nos conmueve a todos los españoles.
En esos fatídicos momentos, el PSOE y su líder solo pensaron en cerrar temas que afectan de modo directo a la continuidad en la poltrona, como era poner a los pies del separatismo y la ultraizquierda la televisión pública. No había tiempo para activar un estado de alarma más que justificado, competencia del Gobierno de la nación, viendo lo que estaba pasando en el Levante español.
Se cruzaban muchos intereses. Por un lado, a estos míseros de la izquierda separatista que hoy nos gobierna les produce urticaria la posibilidad de que el ejército español sea el solucionador de los problemas de la ciudadanía. Ya sabemos que, por ejemplo, para los que han gobernado en Cataluña, siempre ha sido preferible que se calcinen hectáreas de bosque antes de que sea la UME o el ejército el héroe que apague un fuego que afecta a los catalanes, pero ese problema de fanatismo enfermizo no existe en la comunidad valenciana. Ellos necesitaban desde el momento cero que hubiese un mando único y que se procediera con celeridad a la llamada del Ejército, con todos sus efectivos, para solventar el mayor problema humanitario que hemos vivido en España.
Ahora se intentan culpar unos a otros, pero la verdad es la que es. Con varias comunidades sufriendo inundaciones sin parangón, la ineptitud de Sánchez y sus farsantes vividores ha sido descomunal. En un intento de que el coste político de la situación se desviase a la gestión de la comunidad autónoma, al ser de un color político diferente al del Gobierno de la nación, han logrado que al final pueda llegar a ser el propio pueblo el que pretenda minimizar el coste político. Puede que estemos ante el hecho que justifique que repensemos la necesidad de tener a tantos políticos viviendo de nuestros impuestos, a tanto inútil gobernando, a tantos gobiernos que no saben actuar pensando en los intereses globales y a un presidente que vio en el caos una posibilidad de ruina para el adversario.
El cobarde Sánchez, un tipo capaz de huir ante la adversidad al ver al pueblo harto de sus fechorías, debería dimitir e irse, pero el poder y la vanidad no se lo permiten. La imagen de su escapada en el coche oficial, durante la visita con los reyes a las zonas afectadas durante el pasado fin de semana, con la excusa que sea para justificar la espantada, va a quedar en la hemeroteca como otra vergüenza más del que nos demuestra a diario que carece de ella.
Solo el rey y la reina supieron dar la cara y hacerse valer ante los ciudadanos. Ellos estuvieron a la altura y pusieron el hombro para que los vecinos supieran que la Casa Real está con ellos y no les importa soportar todo el peso de la indignación. Con su ejemplar actitud compensan la vileza y la sinvergonzonería de un Sánchez que repugna. Tanto como ese fango, lodo o barro que tantas veces ha utilizado en sus discursos del odio y la manipulación.
Javier Megino