He tenido que trasladar la realización de mi escrito, cuyo tema tenía claro desde el pasado martes de madrugada, para intentar canalizar ese sentimiento que uno lleva dentro por la despedida competitiva y profesional del deportista más grande de la historia de España, por no decir del planeta.
Antes, como requisito previo, siendo fan de Don Rafael Nadal Parera, tenía que encontrar el momento para poder ver en diferido el homenaje que tuvo lugar en el Martin Calpena de Málaga, tras la eliminación en la Copa Davis del equipo español, y, a continuación, disfrutar de un documental emocionante, emitido en Movistar+, con mensajes de despedida de grandes amigos de Rafa Nadal. Un reportaje que pone los pelos de punta y te obliga, por lo menos en casos personales como el mío, a tener el pañuelo en mano.
Pasado el sofoco, ya estoy en condiciones para ponerme con este escrito que dedico a ese gran ejemplo de comportamiento deportivo, de sacrificio, de compromiso y de fidelidad a unos principios, valores y sentimientos, como ha sido nuestro inigualable Rafa.
Si buscamos al número uno, él es el merecedor de todo galardón y reconocimiento, sin querer rivalizar con ese otro, también señalado con ese mismo apelativo, pero en su caso vinculado a la corruptela política, que personifica la malignidad vanidosa del amigo y socio de lo peorcito.
Nadal nos ha demostrado, durante su larga y prolífica carrera deportiva, el modo en el que uno sabe levantarse tras la caída y responder ante las expectativas cuando tu sello personal o el de tu país, al que sientes una devoción que es de agradecer y que compartimos tantos, requiere de tu valía y pundonor.
El martes nos eliminaron los holandeses de una competición que pensábamos que pondría el broche final a una espectacular carrera del balear, es cierto, pero ese desliz, que todos relacionamos con el desgaste y las condiciones físicas, no enturbia el cariño, agradecido y hermanado, que todo buen español tiene con una figura del deporte que trasciende de lo meramente deportivo. Que haya deseado cerrar su ciclo deportivo vistiendo la camiseta de España ha sido el último punto ganador que nos ha brindado a los que le queremos y le deseamos lo mejor, sin importar si ha ganado o perdido en dicha competición.
Hemos vivido los torneos de Nadal durante tantos años, jugando y en la mayoría de casos ganando, haciéndonos saltar del sofá y provocándonos sollozos viéndolo morder sus trofeos con nuestra bandera ondeando al fondo, que solo podemos darle las gracias por todo lo que ha hecho por el deporte español y por España.
Ha sido parte de nuestro día a día, nos ha hecho disfrutar como nadie y, en lo más íntimo de las familias, ha sido parte de ellas durante mucho tiempo. Nos gustaría que una persona de su talla pudiese seguir siendo parte de nuestro paso por esta vida en la que coincidir con personas como él ha sido todo una suerte y privilegio.
No puedo calibrar la mayoría aplastante que obtendría, sabiendo su respuesta garantizada y sus verdaderos ideales, si optase a un cargo público con urnas de por medio. Partiendo de la base de que los antiEspaña y traidores a la nación española nunca estarían en el perímetro ideológico de una gran persona como él.
Los que hemos disfrutado, llorado y sentido como propios sus triunfos y sus derrotas, estamos en la obligación de trasladar a las nuevas generaciones la leyenda de un manacorí, llamado Rafa Nadal, convertido en el mejor ejemplo de lo que se espera de una gran persona y de un gran patriota.
¡Vamos Rafa!
Javier Megino