Las noticias nos inundan con mensajes relacionados con las diferentes ramas de un caso que para muchos es el “caso PSOE”. Un apelativo que supone el coste por ser el nexo de tantas corruptelas cuyo denominador común es dicho partido. Una formación históricamente significada y vinculada con el término corrupción y que llegó al poder con el argumento, agárrense a la silla, de combatirla.
A lo largo de los años, dentro de esa formación política, ha habido (ahora quedan pocas) personas que, sin estar de acuerdo con todo lo que han hecho, se adecuan al perfil deseable de una persona que quiere y respeta la nación y legalidad de su país. Por esa razón, valorando el trabajo de muchos socialistas que actuaron en consonancia con sus ideales y con respeto a la patria que nos une, prefiero evitar el apellido PSOE y significar el caso utilizando el nombre del eje que representa hoy a ese partido corrompido. Una persona que ha contaminado, por su vanidad y ego, a una formación política que ha sido muy importante en la reciente historia de España, trascendental durante la transición democrática y que ha gobernado, con sus luces y sus sombras, lealmente a España.
El “Caso Sánchez” tiene muchas derivadas y se ve intermediado a través de numerosos figurantes que, ya sea con cargos vinculados a órganos de gobierno o fruto del parentesco, dan sentido a todo un entramado que nos sorprende a diario, al menos a los españoles que queremos ver la realidad y sabemos diferenciar lo cierto de la mentira. En cualquier otro punto del planeta, con la mitad de la mitad, ya se habría finiquitado a un presidente como el que seguimos soportando.
La tergiversación y manipulación busca, de manera perversa, confundir a la opinión pública para crear una burbuja de mentiras y negaciones que salven la imagen del que ha sido el mayor fraude y traición a España. Cuesta entender, por poner un ejemplo, cómo un desconocido puede estar sentado a la vera de todo un ministro de Sánchez, como fue Ábalos, en una negociación en la sede de Ferraz con Koldo también presente, y enrocarse en la negación de haber tenido tratos o conocer a un personaje como es el comisionista Aldama.
Siento informar, a los peliculeros de las diferentes tramas en resolución del macrocaso que nos atañe, que los jueces son, todavía, personas libres e inteligentes. No van a creer, por mucho poder que tenga el régimen sanchista y su proceso de abducción del sistema judicial, tanta historieta con tufo a estrategia por parte de los que quieren salir indemnes al verse arrastrados por la corrupción que sigue siendo el santo y seña del sanchismo político y doméstico.
Javier Megino