El nuevo orden mundial, especialmente en lo que tiene que ver con las nuevas políticas arancelarias y, por encima de todo, en lo relativo a las alianzas y el colaboracionismo en materia militar, vive un cambio radical con la llegada de Trump al poder en los EEUU.

El afán del magnate republicano, en su búsqueda de proteccionismo para la industria estadounidense, le ha llevado a penalizar las importaciones de tal modo que las reglas de juego van a cambiar el comercio en la globalizada economía mundial. En este sentido, es fácilmente previsible que el sobrecoste impuesto a los productos que lleguen de fuera de los EEUU les haga no competitivos y los que vendían a ese país deban hacer ajustes si quieren seguir siendo proveedores.

Pero, siendo ese tema trascendental y que va a suponer muchos quebraderos de cabeza en empresas que tienen el mercado estadounidense como destino, con el riesgo en el empleo y la facturación que lleva aparejado, hay algo que duele más allá de este importante tema económico, en referencia al abandono de Trump a Zelensky y los ucranianos, dejándolos con una hoja de parra para taparse sus partes frente al poderío de Putin y su arsenal.

En una decisión sin precedentes, Trump ha optado por humillar a Zelensky y posicionarse en favor del invasor ruso, en un giro de 180º en la estrategia estadounidense al cortar bruscamente toda ayuda proporcionada a los ucranianos.

Los costes de la guerra y el ánimo especulativo empresarial, pensando en la apropiación de los recursos naturales del país agredido, se han convertido en el argumento para la redacción del finiquito de una guerra que iniciaron los rusos, que sufren y soportan los ucranianos, que pagamos entre todos y que, ahora, toca a su fin con una derrota de los invadidos y un reconocimiento en favor del opresor, siempre que se cumplan las exigencias e intereses impuestos por el inquilino de la Casa Blanca.

Se avecina un final que, con todo lo que ha supuesto, poniendo encima de todo las vidas y sufrimiento de los ucranianos que defienden su soberanía, parece completamente injusto. Eso sí, nos ha quedado claro que, en este nuevo contexto internacional, la vieja Europa no pinta nada y es una mera comparsa sentada en el banquillo, mientras deciden los grandes dominadores de la maquinaria militar, en la actualidad amigos y aliados en el expolio de Ucrania.

Es curioso pensar que, con todo lo que está pasando en el mundo y la relevancia mayúscula de las decisiones en ámbitos comerciales, militares y de seguridad, tenemos a personajes como Puigdemont totalmente fuera de registro y que, en su pueblerina mente de corto recorrido, centra su vida en una necesidad tan vital como es la de exigir el catalán a los que entren en España por las fronteras que van a ser controladas por el separatismo. Es evidente que Europa no pinta nada, pero la España del sanchismo y sus vanidades es el hazmerreír absoluto del mundo mundial…

Javier Megino