El ejemplo que España está dando al mundo, en lo que tiene que ver con el comportamiento humano y el civismo, es ejemplar. Sufrir un apagón que condiciona por completo el día a día nos da un plus de cordura y comprensión que se diferencia diametralmente de la imagen con saqueos y descontrol en la que se cree la primera potencia mundial.
Parece que las situaciones problemáticas nos amansan y tenemos una respuesta ante la adversidad envidiable. La falta de semáforos para regular el tráfico acaba con menor siniestralidad, los pasos de peatones se respetan, los comercios no se ven asaltados, la falta de cajeros se comprende y el silencio del móvil es comprensible. Incluso, si te quedas tirado en algún transporte público necesitado de corriente eléctrica, se acepta que volverá la ansiada normalidad, aunque ésta se demore muchas horas.
Para colmo, si el caos se repite una semana después dejando tirados a miles de usuarios del servicio ferroviario de alta velocidad, lo que ya nos puede llegar a sonar a chiste, también causa pérdida de enlaces en viajes, de tiempo, de clases, de trabajo o de vacaciones, pero la gente no genera un conflicto ni cunde la locura, aceptando que tenemos responsables públicos de risa y un servicio que muchas veces parece tercermundista.
En definitiva, tenemos a España en absoluta liquidación, un Gobierno buscando estrategias y relatos para que la culpa de todo sea siempre del contrario, miles de asesores que deben estar solo para cobrar, enchufados que asumen cargos por razones políticas y demuestran ser inútiles en su colocación, un hermanísimo que no sabe ni donde tiene la oficina, una profesora de Máster universitario indocumentada para la labor, casos de corrupción por doquier con socialistos involucrados y un mix energético que algunos ya buscan en su tienda de discos. Pero aquí no pasa nada, el españolito agacha la cabeza, asume su error en las últimas elecciones y sufre las consecuencias de las mentiras y el nepotismo, cómo diría aquel, de los zurdos.
Nuestra respuesta ejemplar y el silencio social solo se debe a una razón, el miedo a la opresión de un régimen que cada vez está más “Maduro”. De hecho, pensar en lo que sucedería y el ruido previsible en las calles si los que estuviesen gobernando el país fuesen los del otro bando.
Borja Dacalan