Ante un auditorio poco dado a la reflexión, es fácil argumentar y blandir la reivindicación de la igualdad de derechos para todos los ciudadanos. A muchos les interesa entrar por la puerta falsa y una vez dentro recomponer a su antojo las pautas que señalan dónde está la justicia, el servicio y el compromiso. El hombre no puede, en ninguna situación, mostrar desprecio al hombre, a sus preocupaciones, a sus verdaderas necesidades porque nada puede ser relativo. Pero se ha llegado a tal nivel de cinismo que para reconducir a la ciudadanía hacía la dirección deseada, caben todos los métodos posibles, desde la manipulación, el engaño hasta el despertar los instintos más lesivos para la integridad de la persona. Los mensajes que se lanzan son lamentables por no decir obscenos.
A lo largo de nuestro recorrido por este planeta, llamado Tierra, hemos recreado una de las capacidades que nos ha permitido avanzar y superar los contratiempos que han ido surgiendo, la Racionalidad. Con ella nos hemos creído » los reyes del universo » cuando en realidad en ocasiones nos apoyamos en prácticas poco acordes con el ejercicio de nuestra mente.
La sociedad, gaseada durante años con patentes exclusivas de unos contra otros, con interpretaciones falsas de los hechos históricos, con etiquetas variopintas y con todo aquello que casualmente en estos aciagos momentos, erosiona el modelo de convivencia que nos dimos, esa sociedad parece un zombi sin saber reaccionar a tiempo ante los muchos ataques a las libertades. Los móviles, los ordenadores y las televisiones nos deberían poner al alcance todos los conocimientos y noticias posibles, pero estamos sujetos por imperativo de cierta clase política a los sucesos únicamente de nuestro entorno sin enterarnos de lo que acontece más allá y las veces que no lo consiguen, se alteran los datos o se silencian. Han transcurrido ya bastantes legislaturas y aún se desconoce la merma de derechos que sufren parte de nuestros conciudadanos. Los catalanes, los andaluces, los manchegos, los riojanos y el resto estamos ajenos a lo que realmente ocurre fuera de nuestra comunidad. Los límites territoriales y las ondas audiovisuales parecen haberse hecho infranqueables a todo lo que nos permita comprender y reflexionar para poder sacar conclusiones y activar nuestra presencia crítica ante decisiones contrarias a derecho y a la ética debida en los servidores públicos.
En Cataluña la imposibilidad de tener el idioma español como lengua vehicular en el sistema educativo, desde primaria hasta casi ya en la universidad, está vigente desde hace muchos años. El proceso de eliminar el idioma oficial del Estado empezó desde el momento que se traspasaron las competencias de la Enseñanza a las Comunidades Autónomas. Ahí se inició una carrera de fondo que se fue extendiendo hacia otras regiones, guiada por los nacionalistas o por quienes deseaban conseguir réditos económicos o identitarios.
La privación de esos derechos no fueron atendidos a su debido tiempo, lo que ha convertido nuestra democracia en un modelo fallido por no asegurar el hermoso lema » libres e iguales «. La igualdad brilla por su ausencia, no somos iguales en estudiar una misma historia, una misma geografía enmarcada en el concepto de nación. No somos iguales por no sentirnos acompañados por el idioma común, ausente en muchos lugares públicos que dependen de la Administración y no somos iguales hasta en tasas tributarias, éstas dependen del reino de taifas correspondiente. Estas aberraciones no son desajustes, son planes constituyentes para derribar el sistema parlamentario liberal y diluir la existencia de España-Nación.
La convivencia se ha deteriorado tanto que revierte en las relaciones personales, en espacios educativos, sociales, en todos aquellos ámbitos donde el ser humano se realiza. Son muchas y muy variadas las ocasiones en las que no rige la igualdad. Los violentos, a las ordenes de los enemigos del Estado de Derecho, pueden alterar el ambiente ciudadano en calles, en viviendas particulares, en lugares públicos oficiales, pues la ley no se les aplica con la misma prontitud y firmeza. Nos sentimos cercados por criterios ideológicos que sólo pretenden despojarnos de nuestros derechos individuales para ser considerados unos más en ese rebaño de ovejitas, dóciles.
La malicia de muchos » falsos » servidores públicos en el campo de la política, consiste en igualar en el veto a todos aquellos contrarios a sus planteamientos programáticos y si no se consigue hundirlos con la descalificación; aquí si que rige la igualdad para desmontar la equidad a la que tienen derecho TODAS esas personas. Urge tomar conciencia de los motivos que nos impiden ser verdaderos ciudadanos y no sólo en eso hemos de aplicar nuestro esfuerzo sino también en exigir respeto a nuestra tradiciones, a nuestros valores, a todo aquello que nos ha permitido ser lo que la historia ha acuñado.
Hay que emplazar al poder judicial y exigirle que aplique la ley a todo aquel o institución que no la acate y al poder ejecutivo es obligado derrotarle en las urnas lo más pronto posible.
Ana María Torrijos