Las democracias liberales se caracterizan por avalar para todos los ciudadanos la igualdad de derechos fundamentales, la ley es la referencia. Esta afirmación es lo que hace del sistema el mejor modelo social, el más equitativo, el más justo, el que permite a la persona desarrollarse según sus aptitudes y esfuerzo.
Lamentable no haberlo mantenido por la implacable acción destructiva de algunos políticos , la dejadez de otros o la falta de reflexión de los que introducen su voto en la urna. Ya no podemos todos disfrutar de aquellas atribuciones, han sido arrancadas sin explicación alguna, hasta en ocasiones haciéndonos creer que es así la manera de actuar correcta y si se cuestiona, el calificativo más suave que se regala, es antidemócrata o si se llega al paroxismo fascista. Ésta ha sido la carrera de obstáculos que se ha sorteado o mejor dicho ante la que se ha sucumbido.
Lo que es un derecho en países de nuestro componente político, aquí en España es o no es, según interese.
El español, distintivo lingüístico que nos hace compartir la nacionalidad a todos, ha sido descartado del ámbito académico en las comunidades bilingües, también de cualquier rotulación oficial y hasta se ha primado económicamente si se hacía según el dictamen del Sanedrín. La Cámara autonómica catalana está en tramitar un decreto ley que blinde el catalán en la enseñanza, sortear la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña del 25% mínimo. También hemos sido despojados del aprendizaje del pasado, de la trayectoria que trazaron nuestros ancestros. Los “letrados” que ostentan el poder, no importa el nivel de competencias, creen que cada generación recibe de no sé dónde los conocimientos que nos han llevado a un desarrollo envidiable, y que pisan esta tierra hispana por una ráfaga de aire que los ha trasladado hasta ella por azar. Las últimas noticias indican que han aparecido falsos “ilustrados” que niegan la invasión musulmana y en consecuencia los ocho siglos de recomposición de la Hispania greco-latina-cristiana. Los futuros libros de texto de Filosofía e Historia, en su redactado provisional con adoctrinamiento, pretenden alejar el pensamiento, los hechos verdaderos del pasado y la reflexión capaz de facilitar deducciones personales que nos hagan libres ante tópicos de laboratorio.
Después de afirmar que los hijos no son de los padres, se nos quita la grandeza de tutelarlos y aconsejarles en temas tan delicados como el aborto, una decisión que requiere contar con el afecto y apoyo de la familia, la comprensión, el cariño, la seguridad que da un padre y una madre. La llegada de un ser inocente con derecho a vivir es prioritario. Algunas fuerzas políticas ponen más interés en el huevo o embrión de cualquier animal que en el devenir de un ser humano, de ahí esa liviandad al legislar.
A los hombres se les quita la presunción de inocencia y a ciertas mujeres se les indulta a pesar de haber sido condenadas por el poder judicial. Según la ministra antes de su mandato no había libertad ni respeto hacia la mujer en el trato sexual y lo que sorprende es que no haga un balance del periodo dirigido por ella, ante los diputados no menciona las cifras de actos de violencia durante esta fantástica legislatura y en concreto ni lo sucedido hace unos días con las jóvenes paquistaníes víctimas de una cultura muy distante de la nuestra.
Muchos otros espacios sociales e institucionales se han limitado por el nefasto balance del equipo de gobierno y por la ambición del presidente. La división de poderes difuminada por el uso indebido del ejecutivo es una de las pruebas más evidentes del no ajuste al marco de libertades que rige en la Constitución.
La Fiscalía, el CIS, los medios de comunicación públicos son unos de los muchos espacios controlados por el Ejecutivo, y los plenos del Congreso destinados a que el Presidente explique las decisiones tomadas y responda a las cuestiones que le hagan, no se ajustan a lo previsto y los protagoniza con el ataque directo a la oposición.
Una situación que no puede prolongarse si realmente se desea que nuestro país sea el que nos dimos en la transición, una nación regida por la democracia y la ley.
Ana María Torrijos