El término clase social identifica a un grupo de individuos que tienen en común una serie de características afines social o económicamente. La variedad de ingresos, riqueza o tener la posibilidad de contar con recursos materiales ha desembocado en esa estructura. El desarrollo productivo que empezó a aflorar a partir del siglo XVII, continuó durante el XVIII y el XIX, fue modelando un sistema productivo que generó la configuración actual de la sociedad y facilitó que una parte importante de ella fuera su motor, el ejemplo de que el esfuerzo, los ideales y las aspiraciones no tienen fronteras pues la ausencia de estereotipos permite expresar la capacidad, el tesón y romper las barreras que el punto de partida marca.

Los años transcurridos son el cliché que prueba con claridad cuál es la dinámica que facilita la ilusión, los retos y el ritmo de la sociedad. La clase media tanto la de altos recursos como la de los más modestos tiene como lema la libertad, el tener disponible un largo camino por recorrer para conseguir metas posibles.

Ella es la que en gran medida más contribuye al erario público, es la que anima, la que aporta nuevas experiencias y transforma los modelos a seguir. Y por ser lo que es, su reto se centra en la constancia, en el perseverar en el trabajo con inventiva, con proyectos nuevos, con el afán de mejorar y alcanzar beneficios.

Dicho esto, observamos que estamos en un ambiente contrario al que permitió desarrollarse el puente que enlaza a los poderosos de siempre con los menos favorecidos. La clase media es la más dañada por la crisis sanitaria que afectó al mundo laboral con el confinamiento y ahora constatamos que el Gobierno en vez de dinamizar la economía está en la línea de cargas impositivas, de controles del precio del alquiler que repercute por activa o por pasiva en la mayoría dé la población, en el sector que ocupa un sitio preferente la clase media, ahora en la antesala del adiós.

Se le van a cortar las alas si el plan educativo previsto se implanta. La escuela es la catapulta para despegar y poder llegar al mejor nivel posible, a las metas sociales que cada persona desee, por lo que se necesita calidad por parte del proyecto de estudios y esfuerzo prestado por el estudiante. Si no se logra descartar esa planificación nefasta del Ministerio de Educación, carente del valor humanístico, ideologizada, con visados apoyados en el suspenso, el paro por falta de candidatos cualificados irá en aumento lo que empequeñecerá al sector que imprime un sello enérgico de actividad.

Un ejemplo claro en ese afán destructivo lo hemos visto en la Comunidad de Madrid. Oficialmente se comunicó una serie de becas de estudio temporal para sectores de esa clase media, dañada por la situación económica, para poder sus hijos seguir escolarizados en el centro habitual y no le ha faltado tiempo a la oposición de izquierda en calificar esa medida de la forma más despectiva.

La democracia parlamentaria liberal requiere libertad de opciones individuales dentro del marco de la ley y es contraria a la uniformidad que pregonan los populistas. La uniformidad sólo cabe en derechos, luego la puerta abierta a la iniciativa personal y es así el ritmo debido en la acción de cualquier gobierno ajustado a este sistema parlamentario.

Lamentable es constatar que el equipo del señor Sánchez haya dejado claro en el debate del Estado de la Nación que el modelo social exhibido es procomunista, edulcorado con consignas pseudo feministas, ecologistas y enfrentado a las empresas energéticas y bancarias. Un equipo ministrable, bien asentado en sus poltronas, recogido por las cámaras televisivas al regresar su jefe al lugar destinado del hemiciclo después de su intervención, lo recibió con rostros risueños y gestos de aprobación y en contrapartida la mano derecha de Sánchez posada sobre el pecho, os quiero. La paz entre todos se selló, luego vendrán las penurias y los pagadores los de siempre.

Muchos cobran, muchos banquetes-, muchos falcón, viviendas de alto nivel, atuendos ……y el IVA, los españolitos de a pie.

Ana María Torrijos