La panorámica estelar que ofrece un video tomado desde el espacio, refleja la inmensidad inalcanzable, muchos cuerpos luminosos a cual más atrayente y desconocido, sólo en nuestro mundo humano y cotidiano, de todo lo visto y por haber, la mirada de un niño se acerca a producir tales sensaciones.

Una mirada inclinada a reflejar lo que estemos dispuestos a ofrecerle desde el mismo momento que empieza a captar los rayos de luz, imágenes ajustadas a una armonía social, a unos valores, creatividad digna de ese término, al estudio, al saber, al buen hacer, o por el contrario a la inquina, instintos desatados, bajeza moral, distorsión del amor, de la solidaridad y de todo lo que enaltece a la persona.

En nosotros está que esa dulce mirada refleje uno u otro modelo de vida. Por eso estamos obligados a poner límite a todo lo que está destruyendo la convivencia. Hay que desterrar la apatía que parece inmovilizarnos y si es comprensible que la situación económica del país nos preocupe, también debería sonrojarnos el deterioro de referencias éticas, la corrupción galopante, el saltarse la ley, la apropiación de lo ajeno y otros muchos síntomas de degradación.

La acción política es el peor modelo disponible en estos momentos para orientar el comportamiento. El servicio al bienestar común ha sido suplantado por el egoísmo personal, nunca como ahora la frase “ vaya yo caliente, ríase la gente” puede ser el lema más acertado, la sabiduría popular recogida a través de los años y vivencias, ha sabido plasmar la agenda oficial de los servidores públicos. El paisaje calcinado por el fuego ha prestado de nuevo al presidente del gobierno un telón de fondo para mayor gloria. Un desastre ecológico causado en gran medida no por aplicar trabajos de mantenimiento en los bosques sino todo lo contrario, por el abandono total de este sector y dedicar el dinero en el tan llamado “calentamiento climático”, que queda reducido a propaganda en los medios y sacralizar los árboles, los matorrales pues son intocables y también su fin “chamuscados” y como colofón el desmantelamiento del Seprona.

Todo se improvisa, palabrería barata y luego a esperar que se plasme lo prometido. Un gobierno con tanta precariedad no lo ha habido en democracia, sólo dedicado a cambios institucionales, de gran transcendencia para el equilibrio del Estado de Derecho, que requerirían una dirección firme, estable y con apoyos de seguro marchamo constitucionalista, todo lo contrario a lo que el ejecutivo de Pedro Sánchez representa. Constante la subida de precios y el valor de la energía, los ciudadanos en situación límite mientras que las arcas de Hacienda están bien servidas y dispuestas a repartir prebendas para la rapiña del voto.

En vistas del futuro económico, la recesión está al caer, se deberían valorar soluciones serias para superar este gran contratiempo, no ir al mercado nacionalista para ofrecerse al trueque de la desintegración de España. Barcelona al límite, calles sucias, pisos ocupados, asaltos en la calle y mientras tanto la Colau de sonrisa y los restantes partidos identitarios de destrucción de todo aquello que ha costado recomponer. ¿Dónde va el dinero que consiguen de las mesas bilaterales de negociación?, fácil respuesta, a pagar todos sus delirios y a los comparsas, que nada tiene que ver con el bienestar del ciudadano.

No es ese el panorama que deberían recoger los ojos inocentes de los pequeños, ellos de adultos asumirán el ritmo que nosotros les dejemos, cada generación está obligada a transmitir lo mejor, y no es necesario pensar mucho para reconocer el pobre legado que hemos acumulado y peor aún, que dejaremos si no se pone remedio.

El que una de las primeras actividades del presidente del Ejecutivo al iniciar el curso político sea pasearse por ciertos países de Hispanoamérica como líder del consenso y del diálogo para quienes no lo representan y en nombre del pueblo español, tiene que hacernos reflexionar y volvernos a la realidad, una realidad necesitada de una reacción democrática.

Ana María Torrijos