Abraham Lincoln llegaba a la conclusión de que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Esta sentencia tan sabía y oportuna debería revolotear continuamente sobre nuestras cabezas a la vista del comportamiento de ciertos personajes o grupos con incidencia de lleno en la opinión pública.

Las libertades que propician la verdadera democracia están muy distantes de procedimientos obstruccionistas que impiden cualquier reflexión individual sosegada y la posterior responsabilidad decisoria. La pluralidad parece estar muy cuestionada si nos centramos en ámbito político y una de las causas que propicia el oscurantismo opresor es el uso de la mentira. Faltar a la verdad es una muestra de pérdida de la moral, lamentable dejar la razón que nos permite llegar a discernir lo que puede ser favorable o por el contrario mortal para la sociedad. Se ha llegado a tal extremo del engaño que los “ministros de este gobierno sanchista” aclaran, para bien del pueblo, que el constante intercambio oral de los usuarios del metro, del autobús es la necesaria renovación de un tribunal judicial. El poder ni frecuenta esos transportes, ni sabe lo que realmente preocupa o satisface a ese sector popular al que se insiste con voz hueca representar, defender pero lo que realmente se pretende es asfixiar, aborregar.

La actuación en política, en la oposición o en primera línea, obliga a redactar las intervenciones orales, sean propuestas o enmiendas, replicas o contrarréplicas, con honestidad evidente, no con engaño, y sobre todo sin hoy posicionarse en algo y al día siguiente decir lo contrario.

Las ideologías no pueden hacer suyos los bulos intencionados para eliminar posiciones distintas a su pensamiento, la democracia es diversidad de propuestas, una muestra de soluciones para que el ciudadano elija la que crea adecuada, el ciudadano es pieza básica del colectivo humano.

Ya se están negando los instrumentos propios de esa libertad, la calidad en la enseñanza, la diversidad informativa, la competitividad en el ámbito empresarial hasta en la opción de tener una opinión distinta a la mantenida por el jefe o partido, la agenda del PSOE, al estigmatizar al que dice NO. El ciudadano tiene que creer en la libertad que es respetar la ley para luego trazar su propio destino.

Mentir es un camino rastrero, artificial para llegar al poder y mantener el control. En España es algo habitual y en gran medida la impunidad con que se utiliza. No se conoce líder que haya tenido que dimitir por introducir en su discurso falsos datos o en su currículum y últimamente se enarbola la mentira para dar firmeza a planes medioambientales de los más dañinos para el medio rural, como no poder talar ningún árbol ni limpiar el sotobosque sin trámites administrativos, por cierto eternos y muchos acaban en negativa a favor de la madre naturaleza, cuando en realidad estas actuaciones facilitan los incendios intencionados o fortuitos. La implantación de molinos de viento sin consulta previa, el vaciado de embalses que impide el regadío y la recogida de agua para trasvases o apagar fuegos es lo que domina y para acallar las quejas se argumenta que lo piden organismos internacionales o el cambio climático.

Mentiras en los libros de texto, en los planteamientos de las televisiones que funcionan con dinero público se mantengan hechos u opiniones fuera de la realidad, será intolerable y nos destruirá como sociedad libre. Es a lo que vamos abocados si no sabemos o no queremos poner fin. Durante dos generaciones con burdos programas se ha falseado nuestra historia, nos oprimen y ahí está el límite.

Desterrar la verdad, guía de la conducta, contribuye a poner obstáculos para asumir con responsabilidad los derechos y deberes a los que estamos obligados…

Momento de crisis, las prácticas institucionales están muy alejadas de ese compromiso ético: ser político no es un servicio público es un abrevadero.

Ana María Torrijos