En democracia hay un resorte que permite al sistema enderezar el deterioro que puede llegar a sufrir, siempre que se conozca y se desee superarlo. Para conseguirlo es imprescindible que la ciudadanía tenga conciencia de lo que ella representa en todos los ordenes.
En primer lugar es deseable o mejor dicho es obligado que la formación educativa básica de calidad, no un panfleto, esté al abasto de todos, de cada uno de los miembros de la sociedad. Los instrumentos elementales que permiten tener información y saber valorar todo lo que acontece, salen mayoritariamente de las aulas. Eso nos obliga a pujar por una herencia indiscutible, el conocimiento, el saber movilizar el cerebro, saberlo esculpir para ser fiel receptor de todo lo que va sucediendo a nuestro alrededor y hacer buen uso del sistema político más avanzado, cuyos soportes son: la igualdad de derechos, la ley y la libertad.
Hay que descartar todo aquello que ponga trabas a que la democracia esté al servicio del hombre y uno de esos obstáculos es el dirigente que trata al ciudadano como una cobaya a la que hay que darle de comer y colocarla en una jaula limitada sólo a ciertos movimientos, los imprescindibles, una bonita mascota.
Ese escenario destructivo, tiene hoy casi todas sus piezas colocadas en el lugar adecuado para impedir un presente y un futuro digno.
La llegada al poder de algunos líderes políticos se ha visto empañada por muchas decisiones y actuaciones totalmente dirigidas a conseguir la mordaza de la opinión con mentiras, tergiversaciones y a usar como instrumento ideológico la corrupción institucional. Para que se haga realidad en su totalidad este deterioro social basta tirar por tierra todo el saber humanístico que ha guiado al hombre desde tiempos remotos y que le ha permitido superar épocas de enfrentamientos y desolación. Los programas educativos fragmentados según gusto del poder autonómico, opacos de contenido, no fomentan el deseo de saber, de superarse, de ampliar los conocimientos necesarios para valerse por si mismo. Un erial gira entorno a los niños y a los jóvenes si no se programa una reforma a fondo de los planes de estudio, llenarlos de datos culturales y científicos, alejados de interferencias ideológicas, de un adoctrinamiento sectario. Los parámetros que sustentan nuestro modelo político requieren una firme certeza de lo que representa la independencia de pensamiento y nos obligan a exigir a los dirigentes honestidad en sus comportamientos.
Otra pieza importante para forjar una ciudadanía que sea consciente del equilibrio necesario de los poderes del Estado, es la información veraz de los hechos y opiniones que se vayan dando. Profesionales dignos de lo que representa el llamado cuarto poder, que permitan a los lectores y oyentes estar al día no sólo de los avatares de la vida sino también de los proyectos y decisiones de sus representantes, Gobierno y oposición. Las subvenciones derivadas del poder político limitan, impiden la profesionalidad del periodista y en paralelo la libertad.
Tanto los educadores como los comunicadores deben defender los valores que enmarcan su hacer y no dejarse arrastrar por unas prebendas puntuales que mancillan la finalidad de su profesión que es ayudar a descubrir la verdad o por lo menos a acercarse a ella.
Nos hemos acostumbrado a aceptar todo lo que se dice sin plantearnos que puede estar amañado y somos víctimas de una indolencia que lesiona a los futuros ciudadanos, los que ocuparán en poco tiempo la dirección institucional, el funcionamiento del mundo empresarial, la riqueza intelectual, los trabajos en las distintas áreas y sobre todo a los que tienen que formar familias y cuidar de sus hijos con pautas que les permitan ser capaces de fomentar la dignidad de ser personas…..¿estarán preparados para poderlo hacer?.
Se requiere reflexionar, despertar, respetarnos a nosotros mismos y defender nuestros derechos con toda claridad. Derecho a una convivencia amable, a poner a nuestro servicio la riqueza paisajística y las fuentes energéticas que nuestro país ofrece y necesitamos para un desarrollo equitativo, a tener una presencia digna en el ámbito internacional, a fomentar el servicio solidario y honesto de los que ocupan cargos públicos y a sentirnos implicados en el devenir de nuestro país.
El ritmo político ha quedado reducido a una subasta de puestos oficiales, a una tarta a la que echar mano para llevarse el mejor trozo, negocios personales conseguidos con los tantos por ciento que se recogen de unos supuestos planes ecológicos. Legislaturas por delante para viajar gratis y ocupar el centro de las instantáneas fotográficas o de las noticias televisivas, son el mejor exponente a lo que ha quedado reducido el ente político.
Todos nosotros, toda España, ha de reaccionar ante tanta ignominia. Nos toca ser conscientes del declive que nos acecha y preparar el camino para que nuestros jóvenes puedan seguir, cuando les toque, en la línea de mejora, en los valores soportes de la libertad.
Ana María Torrijos