Frase breve pero no por serlo, menos categórica. Muchos nos sentimos identificados y la interiorizamos. Somos una sociedad dada a los refranes, a las frases llenas de sabiduría, una sabiduría popular, resultado de la suma de muchas experiencias.
El estado de alarma es una situación anómala, provocada por la presencia del corona virus y sus trágicas consecuencias, y el gobierno la ha utilizado a modo de pasarela para marcar el ritmo de las libertades de los ciudadanos, que desde el inicio del día hasta la caída de la noche intentan descubrir mil maneras de ocupar el tiempo disponible “ por decreto”.
La ambigüedad, los titulares, los consejos lánguidos y las rectificaciones constantes en el desarrollo de la pandemia, se han multiplicado y en paralelo el pueblo a la espera de una definitiva comunicación oficial, creíble, que les facilite recuperar todo lo perdido en manos de un ejecutivo incapaz de administrar medianamente bien el control sanitario y también de evitar la caída en picado del empleo.
Imposible poner la confianza en los que arrastran fallo tras fallo en la compra del material preventivo, destinado a salvar a la población del contagio. Imposible valorar a quien sin formación académica, ni profesional alguna, sólo con un único salvoconducto, el carnet de un partido, en este caso del PSOE, pueda presidir la Comisión de reconstrucción nacional. Cuando falla la improvisación y se impone la carencia de un programa capaz de descartar la pendiente hacia el abismo, es imperdonable colocar al frente de la actividad plena del país a esa persona que en su bagaje únicamente posee disciplina de partido, el partido que ostenta el poder ejecutivo causante de la deriva sanitaria.
El señor Sànchez en otros momentos menos graves, apeló a los derechos constitucionales, a la lealtad democrática, ahora en cambio disfraza ese talante de antaño con unos comunicados retóricos, plagados de engaños, con la intención de refugiarse en el “ Todos “ del anonimato y señalar como culpable a la oposición por la falta de apoyo a su fracasada estrategia.
La espera continuada, que en un principio suele agitar los nervios y agriar el carácter, con el giro de las agujas del reloj y la caída de las hojas del calendario, puede llegar a adormecer, a inmovilizar y hasta impedir pensar. Si no se desea llegar a ese estado de letargo que facilite al más osado cercenar los derechos, vulnerar la ley, utilizar con fines ideológicos a los representantes de la seguridad y amordazar a los críticos, todo enmarcado en un estado de excepción, no de alarma como consta, en estos momentos sólo hay una salida: Reclamar la normalidad democrática.
Las llamadas a la responsabilidad por parte de los portavoces ministeriales, convendría aplicárselas a ellos mismos y acercarse con humildad a colectivos de la hostelería, de la educación, registradores, directores de residencias con el fin de informarse de su problemática y encontrar soluciones viables. Por el contrario el balance es un caos, el gobierno no transmite seguridad, su embajador, el experto señor Fernando Simón, ha jugado al vaivén, el Sí y el No según el gesto dirigido desde el poder político. Tenía informes de la gravedad sanitaria que se cernía sobre la población tiempo antes de señalar públicamente el riesgo, pero prefirió callar , dosificar los datos, era más conveniente para el ejecutivo y rindió pleitesía.
Imposible ya esperar pues peligra la economía y con ella el bienestar de los ciudadanos. Muchos años de esfuerzo quedarían dañados en profundidad y las instituciones democráticas sometidas al albedrío de un ejecutivo compuesto por algunos podemitas, soñadores de regímenes comunistas, pero eso sí, para la gente de a pie no para ellos. Ellos son “ la casta “, vividores de la demagogia utilizada como látigo, chasquido muy sonoro que abre a carne viva los cuerpos y deja un rastro de dolor sobre el que impacta. Se han sorteado muchas líneas democráticas y con abuso de poder se ha dirigido la gobernabilidad según intereses ideológicos y personales, Pedro Sánchez, un yo y nadie más.
La espera llega a su fin: este gobierno con talante de pastoreo, debe retirarse a la montaña y con el sonido de la flauta doblegar a sus ovejas o a los que quieran vivir de los balidos.
Ana María Torrijos