Estos días todos hemos sido testigos del acoso a la familia de Canet de Mar que exigía que se impartiera el 25% de clases en español a su hijo. Acoso no sólo a los padres, sino al propio hijo de cinco años, simplemente por exigir lo que un tribunal ha determinado que tienen derecho por ley, y que es menos de lo que los hijos de algunos líderes separatistas, que llevan a sus hijos a colegios multilingües como el Liceo Francés.

Lo peor de todo es que el argumento que esgrimen los que apoyan este acoso: que la familia “rompe la convivencia” o que las clases en español “sólo las ha pedido un alumno”, pretendiendo hacer ver que todo el municipio piensa como ellos y que la familia rompe el consenso.

Pero nada más lejos de la realidad, pues acabamos de ver lo que ya sabíamos, que no son los únicos que quieren clases en español, sino los únicos que se habían atrevido a exigirlas. Hoy, ya son más de cincuenta padres en Canet los que han pedido lo mismo para sus hijos.

Y no es sólo este caso. No olvidemos que en Sant Pol de Mar, por lo mismo, se identificó a una familia y se boicoteó su restaurante hasta que tuvieron cerrar. Ni olvidar a los jóvenes de “S’ha Acabat”, que cada vez que montan una carpa en la universidad se la intentan reventar. ¿Acaso creéis que es casualidad, que en el referéndum del 1 de Octubre cuando la Generalitat exigió a los directores de colegios abrir los centros, la única que se opuso era una directora que le quedaba un año para jubilarse?

En Cataluña, sobretodo en algunos ámbitos, llevar la contraria al separatismo puede acarrear consecuencias graves, por eso muy pocos son los que se atreven a plantarle cara. Pero eso, por mucho que nos quieran hacer creer lo contrario, no significa que haya muchas personas opuestas a este planteamiento. Porque si la gente no protesta por temor a las represalias, no es convivencia, es coacción.

Xavi Gil