«Alí estábamos cientos de miles de españoles probablemente en una manifestación de las más importantes en la historia de nuestra democracia»
Allí estuvimos, en Madrid, muchísimos españoles gritando unidos para pedir por el bien de las presentes y futuras generaciones. Allí estábamos reclamando justicia y ayuda a los que tan mal lo están pasando en el mundo del campo, y con ellos también solidariamente para cualquier otro sector de la sociedad tan maltratado o despreciado.
Alí estábamos cientos de miles de españoles probablemente en una manifestación de las más importantes en la historia de nuestra democracia. Allí estuvimos hartos de tanta mentira, hartos de tanta manipulación, hartos de tanto desprecio.
Allí estuvimos desde la izquierda, centro y derecha hartos de la deriva de España, hartos de tanta fachada y de tanto teatro, hartos de tanta palabra hueca, hartos de engaños y miserias. Allí estuvimos desde la derecha, el centro e izquierda, hartos de tanta majadería, hartos de tanto postureo, hartos de tanto despropósito.
Allí estuvimos desde la izquierda, centro y derecha, hartos de tanto enfrentamiento, hartos de tanta provocación estéril, hartos de tanta pérdida de amistad ganada durante décadas, hartos de tanta traición a nuestra Constitución y nuestra democracia.
Allí estuvimos desde cualquier idea respetuosa con nuestra Carta Magna hartos de tanta provocación a la paz de todos, hartos de tanto ataque a nuestra decidida apuesta por un mundo de reencuentro y perdón, hartos de sentir que las cosas importantes por las que lucharon nuestros padres y abuelos se quieren convertir en antigualla, cuando no en equivocación, olvido, ataque y desprecio más absoluto..
Allí estuvimos todas las sensibilidades legítimas de una sociedad sana y moderna, hartos de ser conducidos por caminos de imposición, hartos de ser rechazados si no cumplimos no sé que requisitos, hartos de ser considerados como niños pequeños y malos, hartos de que cambien nuestras costumbres porque si, hartos de no encontrar apoyo para construir una sociedad respetuosa y responsable.
Allí estuvimos de todos los colores hartos de que quieran adoctrinar a nuestros hijos, hartos de que no podamos educarles como queremos, hartos de que los padres sean puros accidentes, hartos de querer transformar sectariamente la naturaleza humana y la dignidad de la persona, hartos de querer crear una mujer robot y un hombre comparsa, hartos de que se rían de la ley natural y quieran transformarla en un invento maquiavélico.
Allí estuvimos de todas las sensibilidades políticas hartos de una manipulación mediática goebbeliana y estalinista, hartos de ser chantajeados todos los días por quienes quieren la destrucción de España, hartos de no poder hablar español en España, en regiones tan queridas como Cataluña o el País Vasco, pero tampoco ya en Valencia, Baleares o Galicia, y que tampoco se pueda hacer más adelante en Asturias, y no se en que más sitios.
Hartos de ser dirigidos por quienes son unos racistas, xenófobos, extremistas y golpistas, de izquierda y derecha, hartos de ser conducidos por filoterroristas con la pretensión de acabar con la democracia, hartos de tener que transigir con quien no podríamos dormir tranquilos los españoles ni tampoco el Jefe de Gobierno, según sus palabras, por querer imponer un neocomunismo totalitario y disgregador de nuestra nación.
Allí estuvimos desde cualquier pensamiento político que antepone la ley y el Estado de derecho a cualquier ataque a la democracia, hartos de que no se respeten y no se honren a las victimas del terrorismo, hartos de que no se anteponga nuestra convivencia y hartos de que se prime y se escuche a quien quiere destruirla, hartos de que el diálogo no se tenga ni un segundo con quienes respetamos y defendemos la Constitución de todos, hartos de que el diálogo sea con quien quiere lo peor para España, y que además sea un diálogo que es solo una excusa muy burda para retener el poder.
Hartos de que se nos oculten las personas que han muerto y siguen muriendo por la pandemia, lo cual es una ignominia y una traición a la mínima dignidad humana.
Hartos de engaños con la inflación, los costes de la electricidad y de la energía, que ya habían subido escandalosamente desde el pasado verano y no por la guerra. Hartos de que se cambie la política internacional sin consultar a nadie y ni siquiera al Consejo de Ministros, ni al Parlamento. Hartos de que se diga que se informó a Argelia y no sea verdad, hartos de que su respuesta inmediata haya sido la retirada de su embajador y no pasa nada. Hartos de ser el hazmerreir a nivel internacional, y ver la imagen de España en el desprecio más lacerante.
Hartos de que se ataque la división de poderes, hartos de que el Gobierno ataque a los jueces y ataque al Tribunal Constitucional, y también hasta hace poco, gracias a un pacto oculto con la oposición, al Tribunal de Cuentas.
Hartos de que se ataque y desprecie desde el Gobierno y desde Instituciones autonómicas al Rey, que es el Jefe del Estado. Hartos de tanto despropósito y desafuero.
Eso ocurrió en Madrid en los últimos cinco días. Cientos de miles de españoles encabezados por la voz del campo gritando en nombre de todos los españoles. Esa voz honesta y honrada, directa y clara. Esa voz que aúna los valores más esenciales de nuestra sociedad, donde la palabra es sagrada, donde si hay que discutir se discute, pero donde se antepone el juicio cabal, la buena fe, la educación, el valor de lo sencillo, y el respeto al mandato de la conciencia y el honor.
El grito del agricultor, el ganadero, el cazador, el del mundo del toro, se amplió al del pescador y el transportista en toda esta semana, pero también al grito unánime de todas las profesiones, sectores, actividades, que podamos imaginar, y enlazados así mismo por la responsabilidad de las familias españolas que sostienen y cohesionan nuestra sociedad, siendo además máquina tractora y rompeolas de la defensa de quienes siendo los menos favorecidos están sufriendo los rigores de la pandemia que aún continúa entre nosotros y las consecuencias de todo ello, así como las muy malas condiciones económicas y sociales de las que ya veníamos previamente y las que desde hace un mes también estamos ya sintiendo añadidamente como consecuencia del trágico e inhumano ataque a Ucrania.
El grito unánime de los españoles, hace cinco días en Madrid, en busca de la libertad, la verdad y la democracia. En busca del bien que ha de presidir el progreso del conjunto de la sociedad.
Estamos hartos, muy hartos, de estar tan hartos. España clama desde el campo para fortalecer en tiempos difíciles lo mejor de lo que disponemos, que es ese espíritu que nos une a todos, independientemente de lo que pensemos, y que no busca sino una mano tendida y comprometida con nuestra dignidad y con todos los mejores valores que sabemos, unidos, anteponer los españoles.
Amalio de Marichalar.
Conde de Ripalda.
Artículo publicado en «El Catalán».