Siempre hemos indicado que la superación personal es el camino hacia el éxito. Afrontar retos, ser constante y resistente son algunos de los ingredientes imprescindibles para romper tópicos, patrones que inmovilizan, que ofrecen un falso confort, un total abandono. Los receptores son las personas , los individuos, indistintamente si son hombres o mujeres, a todos ellos va destinado pues son los únicos protagonistas de la mejora de su identidad.
Ya finalizada la jornada del movimiento feminista, 8 de marzo, toca regresar a la realidad, al reto de la libertad y ahí estamos todos sin distinción. El mundo de la «farándula» de la izquierda radical arrasa sin contemplaciones, impone sus esquemas, la repetición constante de unos clichés diseñados para inyectar a la sociedad una única manera de ver, de pensar y de actuar. La Constitución deja muy claro la igualdad de derechos en todos los ordenes, lo demás depende del afán que despliegue cada uno en el desarrollo de sus habilidades y de sus potenciales.
Estamos empadronados en una sociedad en la que reina un profundo desarrollo de valores, cultural, legal, sin olvidar los avances industriales y tecnológicos. Todo ello ha facilitado que cada ciudadano pueda intervenir en el ritmo colectivo con su hacer personal y así conseguir los avances que hoy disfrutamos.
La defensa de los derechos de las mujeres es un reto para la ciudadanía en su totalidad, de la misma manera que es la de los hombres, pues no puede montarse un espacio aparte y adornarlo con los defectos a los que se dice combatir. Ya el término feminismo denota Ir contra alguien igual que el de machismo. Constancia de ello es la vigente ley «a favor de la mujer» que esgrime una clara indefensión del hombre frente a cualquier acusación cursada por una mujer, aún sin prueba alguna.
Lo absurdo es que tengan las mujeres que desprenderse de todo lo que las ha caracterizado como mujeres y las ha acompañado, desde la feminidad hasta la delicadeza en el hablar, para ajustarse al modelo aportado por ese movimiento de jóvenes, de gestos y lenguaje borde, exhibidoras de sus atributos a la menor excusa y argumentando que ellas son la garantía de los derechos de la mujer. Parece ser que nadie antes que ellas aparecieran, ha tenido conciencia de la necesidad de revindicar esos derechos y de compartir manifestaciones en pro de la causa. Pobres argumentos, alejados de una constante realidad. En primer lugar, cada mujer expresa a su manera el serlo, elige cómo quiere llevar su vida laboral y si desea ser madre o no. En segundo término, nadie puede adjudicarse el despertar las conciencias porque la historia está repleta de estampas en que una mujer, con nombre y apellidos, coloca “ una pica en Flandes “. Y lo más delirante de esas artificiales comisiones feministas, alentadas con dinero público, es lanzar un discurso endemoniado contra el hombre por serlo.
Muchísimas mujeres nacidas antes del sistema parlamentario asentado en el imperio de la ley, mujeres de diferente condición económica, de formación y de manera de pensar, han aportado al devenir femenino un gran bagaje, siempre ajustado al ritmo del desarrollo tecnológico del momento. Si nos acercamos a mediados del siglo pasado, resaltan con gran fuerza en el entorno rural, mujeres encorvadas sobre los campos durante la recogida de los frutos, en encender las teas de los hogares, en llevar la comida a los segadores, en lavar la ropa en el río, y en la ciudad, moviendo los telares, fregando suelos, en el cuidado de los hijos, decisiones personales variopintas y no debemos olvidar que no existían lavadoras, ni calefacciones, ni frigoríficos y ni…..hasta pañales.
Mujeres que en el anonimato realizaban el ser mujer y colaboraban desde el entorno familiar para fomentar el desarrollo, una sociedad con menos sofisticaciones pero con valores que incubaban el cariño, el sacrificio, la superación y ante todo la alegría de saber que su esfuerzo sería valorado por sus hijos cuando tomasen las riendas del carro del progreso. Una suave caricia y un entrañable abrazo a ellas, rostros arrugados y cabellos canosos, se lo merecen.
Que hay casos contrarios a ese retrato descrito, es natural, siempre los habrán, pues las personas no somos clones, somos el reflejo de la combinación del yo, de lo que recibimos del entorno y sobre todo de lo que rechazamos o a lo que nos apuntamos.
Lo importante ahora es tomar la senda que nos llevará a superar la mediocridad esparcida por una izquierda comunista, una mediocridad repulsiva que niega la impronta de cada individuo, su personalidad, su iniciativa, el poder decir sí o no según sus deseos y, lo más importante, que pretende arrasar la libertad ofrecida por el Estado de Derecho.
Ana María Torrijos