Son muchos los comentarios, favorables o contrarios, a los acuerdos postelectorales. Obligados a pensar que unos responden al posicionamiento político de cada ciudadano y los otros a deducciones derivadas de barajar las consecuencias de los mismos, cabe pensar que cada minuto transcurrido empuja a un interrogante dramático que desvela la falta de implicación por parte del pueblo en los avatares diarios o la escasa información veraz que recibe sobre los efectos de la acción gubernamental.

El partido del Gobierno ha reducido su presencia en la Administración por la negativa gestión llevada estos años de legislatura aunque en los comicios municipales y autonómicos últimos también pueden haber influido otros motivos. Los partidos nacionalistas han sufrido un primer revés, imprescindible si se quiere preservar la Nación española y la convivencia en libertad. El panorama cara a las elecciones generales predispone a seguir esa ruta iniciada para poder dar un giro importante a la gestión tanto a nivel económico como en aspectos y pautas de comportamiento, el cultural y el educativo, que son los que configuran el componente social, los que facilitan a los niños y jóvenes de familias de economía limitada un futuro laboral profesional o universitario con sólo los límites de su inteligencia y esfuerzo. Durante todo el periodo democrático no ha habido un nivel generalizado tan bajo de respeto a los principios constitucionales, una bajeza moral cobijada en las directrices políticas desde el más pequeño municipio hasta el gobierno nacional, lo que hace imprescindible la exigencia de un loable espíritu para asumir cualquier responsabilidad política, por hoy no apreciada con toda nitidez.

El parlamentarismo democrático no puede poseer en su seno representantes de opciones secesionistas, referentes de la destrucción de ese Estado en el que funcionan como opción y hasta con puestos institucionales. La permisividad les ha facilitado el doblegar la mente de bastantes ciudadanos pues han contado a su favor con televisiones públicas, con las aulas del programa educativo, con despachos de los poderes públicos y además con subvenciones a raudales. Han fomentado un relato histórico irreal que no ha sido refutado por miembros destacados de la intelectualidad ni por los líderes de otras opciones políticas lo que ha llevado a una situación de gran riesgo, antesala de la desaparición del equilibrio del Estado constitucional.

La falta de independencia informativa ha contado con televisiones sujetas al dinero y mandato de los que están en la avanzadilla antidemocrática y el resultado ha sido unos seguidores a los que se les ha hurtado la libertad y otros, la tropa ofuscada por las mentiras identitarias. Si eso es muy de lamentar más aún el considerar a los no seducidos como sus enemigos a batir. El resultado es una sociedad enferma, más de la mitad de sus miembros privados de sus derechos como ciudadanos, agredidos verbalmente desde las pantallas informativas y más lamentable desde los comunicados de los representantes del pueblo, que no gobiernan para todos sino sólo para los que tienen sometidos por cargos y mejora económica o por elevarles los ánimos al indicarles que son de una casta privilegiada.

Los resultados de esta siembra envenenada son una deuda pública galopante, causada no por los buenos servicios prestados sino por las cuentas corrientes con saldos muy favorecidos de los que antes cursaron otro régimen y ahora les ha sido estimulante pasarse al democrático, y también es resultado una cosecha localista que pone barreras a la movilidad de la ciudadanía.

El renacer de la querencia por España pasa por tener firmeza en sus valores y saberlos resaltar en varios ordenes que van desde los programas educativos, escenarios públicos y actuaciones de sus representantes, no cave consentir agravios continuados en televisiones, libros de texto, discursos de los que son la avanzadilla de los ciudadanos en espacios institucionales. Para acceder al ámbito político ha de exigirse compromiso y firmeza en ello. Y el instrumento para irradiar lo que ha aportado nuestro país, lo que puede representar en la actualidad y lo que se quiere que sea para un futuro no lejano, es la lengua. El español, forjado por todos desde siglos atrás, idioma universal, ha de estar y ser apoyado, así lo dice la Constitución y también el concepto de ciudadanía, olvidado desde hace mucho tiempo. Ahora prima el sentido borreguil, no cuenta el individuo, ser ciudadano de pleno derecho y ahí está el frente. Somos españoles, hablamos un idioma común y disfrutamos de la libertad, amparada por la ley.

Ana María Torrijos